Uno nunca sabe cuando es la última vez de algo. Es un pensamiento que los que me leen con frecuencia saben que repito. Tal vez para internalizarlo y así soltar la idea de la permanencia. Últimamente, de dos meses para acá, la vida se ha encargado de enfatizarlo. Algunos lazos se desandan; otros proyectos pasaron al plano del recuerdo, perdí mi celular, y también perdí el exceso de estrés, el alboroto hormonal, la sensación de fatiga, y todas las fotos de mis blogs.
En otra oportunidad, hubiera insultado, pataleado, y dado la cabeza con infinidad de “deberías”, “hubieses” y “podría”; más el infinito me brindo la posibilidad de tomar conciencia en dónde estoy parada. Y la reacción fue diferente. Lo dije. Yo no voy a dejar de escribir, porque la persona que se apropio de mi celular perdido, en su emoción de tener algo que deseaba haya borrado todas las fotos que implican un trabajo de 4 años. (Cómo la vida ahora está TODA sincronizada, las imágenes del hosting de blogger, se respaldan en el móvil, y si uno borra algo: se borra todo. En esta postura nueva, empiezo a similar la idea real que detrás de cada obstáculo hay una oportunidad. De no haber sucedido esto, no estaría escribiendo estas letras. Pero también me concentro que uno elige ver obstáculos o simplemente ver.
Que todo lo que sucede a diario y no nos agrada, lo generamos nosotros desde los pensamientos de escasez. Decía Buda “todos cometemos errores porque somos humanos, pero insistir en el mismo error es ser tonto”.