La mayoría de nosotros, en algún momento, temprano o tardío, incluso “permanente” ha cometido una locura por amor. Un acto imprudente, insensato o ilógico presos de la emoción desbordante y quizás – hasta del miedo.
En la historia universal, hay gran cantidad de estas proezas; declaraciones de guerra, abdicación de tronos, profanación de tumbas, creaciones literarias maravillosas, y estupideces cotidianas. Mentiras que luego revisten el nombre de piadosas, escapadas nocturnas, juramentos de eternidad, por citar algunas.
Los seres humanos somos los únicos seres vivos que contamos con la capacidad de reflexión, y sin embargo muchas veces, nos desentendemos, y el impulso nos carga entre sus patas.
Amamos – o al menos – eso sentimos, y nos salimos de nuestro centro y andamos levitando o rebotando como en una pomposa burbuja rosa por los caminos de la rutina.
Mientras el efecto del enamoramiento nos dura, somos autores de las más descabelladas acciones en nombre de una causa, que sostenemos vale la pena; el amor.
Pero ¿Para que las generamos? ¿Para demostrar? ¿Para evitar ser rechazados? ¿Para manipular? ¿Para ser halagados? o simplemente ¿ Para hacer sentir bien al otro?
Creo que todas especulaciones pueden ser probables, y que en ultima instancia todo lo que hacemos lo hacemos por nosotros; es decir, las locuras por amor, son locuras por nosotros o lo que es lo mismo; locuras desde nosotros.
Es el amor que le tenemos a las creencias respecto de las relaciones, del afecto, de la entrega, del compromiso, de la palabra empeñada, de la imagen pública, entre otras; el que nos lleva a esos acometimientos un tanto crueles o exagerados.