28 de febrero de 2010

Reflexiones de domingo

Es domingo, fin de mes, fin de semana y estoy sola. Me acompaña mi mascota. Estoy sentada escribiendo en la sala de mi casa frente a  la ventana que da a un hermoso árbol, frondoso, fuerte y verde, las cortinas están apenas abiertas, y a través del hueco del lienzo entra la naturaleza a mi casa. Yo estaba sin hacer nada, en un estado contemplativo, intentando apagar las voces de mi cabeza y encontrar una musa inspiradora para escribir. De repente, ahí estaba haciendo lo suyo. Y ahora está de nuevo saltanto de acá para allá. Abrí los ojos más de lo habitual y me acerqué con cautela, primero sentí temor (técnicamente susto) hasta que la vista me devolvió una imagen más alentadora: era una ardilla. ¡Una ardilla a pocos metros de mi ventana en una ciudad tan cosmopolita como México! Si bien es cierto que abundan, cualquiera que se asome a su  ventana tendrá otro paisaje como devolución , ¿ pero una ardilla?. Me sentí afortunada de encontrar la aguja en el pajar. Y comencé a reflexionar que tal vez hay muchas "ardillas" todos los días delante de nuestros ojos, pero que no alcanzamos a ver por estar inmersas en nuestra cotidianidad y nuestro esquema de costumbres y posiblidades. Imagine a las ardillas entonces como una metáfora de las oportunidades, y pensé  ¿Cuántas ardillas me habré perdido de contemplar? Ahora ya sé quién se ha robado mi queso alguna vez, seguro fue una ardilla que yo no ví llegar.
                                                                                                                          Chuchi Gonzalez

La urgencia de ser Feliz

He observado que en los últimos tiempos un incremento en los seres humanos hacia la búsqueda de la felicidad como meta a alcanzar. Sin importar el sexo, la nacionalidad, la religión, la edad o el status social, el mundo persigue la misma presa y si bien es cierto, que “ser feliz” es una de las condiciones emocionales que todos hemos perseguido desde siempre como fin o como sueño (a veces inalcanzable) como la mariposa que se posa en nuestro hombro cuando menos la esperamos; no es menos cierto que en la actualidad este valor ha sido objeto de mayor deseo, ansiedad, y urgencia. La pregunta es inevitable: ¿Por qué se da este fenómeno? Sobre seguro por la insatisfacción en la que se vive, el estrés, la vorágine diaria, la contaminación visual, auditiva y emocional, las enfermedades, la violencia, los miedos, la incapacidad de amar, la falta de riesgo, la carencia afectiva, la escasez espiritual, entre otro virus; y frente a ellos la “doncella felicidad” es una fórmula mágica que se vende en los kioscos de revistas, librerías, perfumerías, y otros medios de comunicación, como una posibilidad de hacer borrón y cuenta nueva; olvidar lo que no nos gusta de nuestras vidas o de nosotros mismos y sonreír para siempre. La felicidad así definida es la absurda pretensión de estar contento y sin problemas los 365 días del año, las 24hs del día. O también, la ilusión de control absoluto de poseer todo lo que apetecemos. Algunos compran estas historias, y disfrutan del efecto pasajero de la felicidad, para concluir con la certeza de que “la felicidad absoluta no existe, que sólo son momentos” y esa futilidad los seduce a pensar que “luego de las tormentas siempre sale el sol”. Otros desilusionados, abogan por predicar la “inexistencia de tal mentada felicidad” y se resignan a seguir viviendo “como se pueda”. Parafraseando a uno de los grandes exponentes de la Ontología del Leguaje, Rafael Echeverría: “el hombre habita en el lenguaje y desde el lenguaje crea su mundo”; por lo tanto si desde nuestros mundos interpretativos asimilamos a la felicidad como un bienestar absoluto y permanente al que pretendemos llegar condicionándolo a factores externos, estamos creando “la infelicidad para nuestras vidas” o “la no felicidad” o “cualquier otro estado inverso al deseado”. Desde este punto de vista la felicidad nunca sería alcanzable, su existencia se reduce a un estado abstracto.


Recordemos que el verbo CREAR y CREER conjugado en la primera persona del singular, se conjuga de la misma manera: YO CREO, es decir, “que creamos para nuestra vida lo que creemos”. Se dice que el gran sufrimiento humano no depende de los acontecimientos que marcan sus vidas, sino de la forma de procesar (interpretar) esos hechos.

Si seguimos la línea de pensamiento de Echeverría, tal vez muchos de los que pretenden ser felices, ya lo son si transforman su forma de observar la felicidad.

¿Qué sucedería con esos que esperan a casarse, tener dinero, estar en pareja, vivir en una casa grande, ser aprobados por todo el mundo si hoy eligieran entender a la felicidad como “un estado interior de plenitud y aceptación?

Desde este ángulo, la felicidad podría relacionarse con el equilibrio interno, con la paz del espíritu, con una sensación interna de serenidad, goce y amor que fluye por mí ser, desembocando en una conducta de gratitud hacia la vida en general.

Así, la felicidad tendría una chanche de ser un estado permanente, íntimo y personal.

Si todo depende del cristal con el que miramos, la felicidad podría estar al alcance de todos. Redefinirla sería la oportunidad “SER FELIZ”, y de elegir cada día seguir “siendo” feliz pese a los avatares, los cambios de humor, y el calentamiento global.

La felicidad podría ser nuestro para qué en la vida, nuestro propósito, nuestra brújula para saber si estamos en el lugar correcto, y cuando digo correcto, me refiero al lugar que de corazón queremos estar, sea un sitio específico, una relación, o un empleo.

Será nuestra guía recóndita que nos acercará paso a paso a ser quienes de verdad somos debajo de todas las máscaras sociales que usamos a diario.


                                                                                                                          Chuchi Gonzalez


19 de febrero de 2010

¿Y por casa como andamos?


Cuántas veces recuerdas que tu madre te haya dicho “ámate a ti misma” en lugar de “no hagas eso, porque no te van a querer”, “una niña no habla así”, “si te comportas así nadie querrá estar contigo”. Tal vez muchas veces más las advertencias que el consejo, y ojo, para nada quiero “desmoralizar” el trabajo de nuestra madres. Ellas nos han dado lo mejor que han tenido, y creo que sinceramente, nos han dado mucho menos de lo que hoy podemos dar, porque no han tenido tantas opciones o herramientas para educarnos y menos aún las que recibieron de nuestras abuelas.

Lo cierto es que crecimos,- como pudimos-, después de todo, la vida, si no nos olvidamos de respirar, lo hace por nosotras, y acá estamos enfrentando el tema una y otra vez, cuando sentimos destrozar nuestro corazón por “él/ella” que se fue dejando un mensaje en el espejo del baño o un privado en el facebook, o en el chat: “Lo siento” “ he decido terminar contigo”,“ Eres una buena mujer, cualquiera quisiera estar contigo, pero…” ¡Qué dolor!

¡Qué mezcla de odio sin dirección! Algunas puntas apuntan hacia afuera, pero otras tantas hacia dentro. Preguntas sin respuestas se suceden como una cadena de oraciones,

¿Si soy una buena mujer porque entonces no quiere estar conmigo? ¿Qué cualquiera quisiera estar conmigo es positivo o negativo? ¿Qué es lo que siente? ¿Porqué termina conmigo, porque me aniquila, me extingue?

Y unas a los excesos de “MUCHO” y otras a los de “NADA”, dejamos correr nuestros días como agua podrida sin eje. Comenzamos a ser condescendientes con nuestros deseos de “no hacer nada más que culparnos” y “justificar la conducta del otro”, y sobre todas las cosas; enumeramos los errores que tuvimos.

Si no me quiere más es porque… “engordé durante el invierno, unos 5 kilos…”” ¡oh, por dios! Aún no sé cocinar como su madre!”, “ me estoy poniendo vieja!”, “sabía que la celulitis sería nuestro fin”, “ estoy tan cansada que he perdido el deseo sexual”, “no le dije que lo quería más que a mi vida”, “siempre estoy pensando en los niños”, “Nunca me vestí sensual como quería”, bla, bla, bla.

Y por qué no pensar, no me quiere más porque no me quiere más y punto. ¿Acaso encontrar una razón por la que “no nos quieren más” aliviana el dolor de la pérdida?

¡Y qué grande parece el mundo cuando nos dejan de querer! Hay tantos vacíos por sellar, tantos espacios sin nombre, tantos días sin nada para hacer.

Nos ilusionamos con la llegada de “alguien” que nos quiera pronto, y con la posible pérdida de ese futuro amor.

¿Será natural tener que sufrir si no nos quieren? O ¿sufrimos porque no aprendimos a querernos a nosotras mismas, y la retirada de ese otro deja un cráter en nuestro cuerpo emocional?

Cuando esos señores de barba, bigote, anteojos y puro dicen (metáfora de un psicólogo) – Primero estás Tú, luego Tú y siempre Tú; la mayoría lo interpreta como “apología del egoísmo”. Pero si lo observaras sin la carga social que te señala “Tú debes ser buena y siempre decir sí”, “Tú debes mirar siempre por los demás”, “Tú debes amar a todos”, “Tú debes perdonar”, “Tú…”,”Tú…”

¿Y qué hay de mirar hacia dentro? ¿Qué de tus necesidades?

El buen amor empieza por casa, tal vez suene trillado, sin embargo está muy poco de moda, de lo contrario no hubiera tenido necesidad de escribir todo lo que precede. Creemos desde niños que lo de afuera es “más” importantes que nosotros mismos, sin advertir que lo único que tenemos es “a nosotros mismos”.

Si no soy feliz con este ser que estoy siendo, ¿cuál crees que es el mensaje que le das a tus hijos o a tu pareja o a tus padres?

Si no amas a ese que se encuentra contigo en el espejo, ¿qué clase de amor crees que puedes transmitir? O ¿desde qué lugar te comunicas?

El amor es un verbo, es una acción, y su fundamento es el DAR en contribución, “dar lo que el otro necesita”, si no puedes dártelo primero a ti ¿crees que puedes a los demás?

Yo sé que por “inocencia” crees que sí, pero damos lo que tenemos; y si el amor no vive en ti, difícilmente puedas darlo, puedes dar algo parecido, o lo que crees que se asemeja, pero no es AMOR.

El amor es tu fuente, para dar algo lo tienes que poseer.

Amarse implica aceptarse, algo doloroso e inquietante, vernos como un todo, con tus debilidades y tus virtudes, y básicamente aceptación significa “aceptar que hay cosas que no están dentro de tu poder de acción, que hay cosas que no puedes controlar, cosas que no puedes cambiar (hechos), y que vivir en resistencia, o evitando te convierte en un fantasma de ti mismo”.

                                                                                                    Chuchi Gonzalez

17 de febrero de 2010

¿Hombres más felices que las mujeres?



Hace días fui al salón de belleza y mientras manos de tijera hacía su trabajo, yo comencé a hojear una revista femenina. Un artículo me llamó la atención, hablaba de la liberación femenina y de la “infelicidad” que hoy sienten las mujeres a pesar de tenerlo “todo”. Los científicos han demostrado que en la actualidad los hombres son más felices que las mujeres, “el ser más felices” significa que los hombres lo están siendo, en tanto que las mujeres, la mayoría de ellas no lo son.

Detuve el dedo pasador de páginas y me quedé reflexionando, mientras hacía morisquetas frente al espejo, ¿será que fuimos privadas del gen de la felicidad? ¿ y sólo nos atribuyeron la celulitis? ¿Será que tenerlo todo hace mal? ¿Qué será tenerlo todo? ´¿ Qué significa más felices?

-¿Qué está haciendo?- Grité al estilista!

El joven sólo hacía su trabajo, y yo el mío (pensar, para luego escribir) , sexos opuestos, actividades distintas, y niveles de felicidad disparejos. ¿Qué es lo que nos pasa hoy? – pensé; acaso estaremos viviendo una especie de paradoja propia del amor cortés, habremos idealizado el deseo a tal punto que muere el interés cuando se consume; quiero decir, que nos aburre todo aquello que perseguimos una vez que lo conseguimos.

Ninguna de estas reflexiones tenía asidero en mi alma, me cerraban por un lado pero otro se colaban más y más dudas.

Primero sabia que los juicios totalizadores nunca son válidos, que definir que “las mujeres somos menos felices que los hombres” abarcaba demasiado y ahí descubrí el “QUI” de la cuestión.

El estudio del General Social Survey plantea que las mujeres de hace 40 años atrás eran más felices que las de hoy. Pensé en mi madre, mi abuela, mi bisabuela y sencillamente me solté a reír como una desquiciada.

No podía encontrar ni siquiera en mi imaginación un gesto de soberbia felicidad en ellas; recordé que mi abuela no pudo casarse con el hombre que amaba porque los padres no la dejaron, que a mi bisabuela el marido la consideraba de su propiedad y borracho la celaba con un joven del campo y para reafirmar su virilidad la golpeaba, y que mi madre sostuvo un matrimonio durante dos años con un misógino porque era mal visto divorciarse.

Volví a pensar en lo que había leído, mientras descubrí que mi cabello ya estaba a la altura de la nuca como un golpe del destino que venía a traerme algún despertar.

¿Serían más felices las de antes o más sumisas? O a ¿Qué le llamaría felicidad la ciencia?

Me miré otra vez al espejo y sonreí, me agradaba (como siempre) lo que veía, me lleve a la boca un sorbo de café, yo había decidido ser feliz desde hacía muchos pares de años, independientemente de los avatares de la vida; porque la felicidad para mí era eso: poder mirarse al espejo y sonreír, sentirse plena, satisfecha con una misma, en paz con la energía vital de nuestra conciencia.

Tal vez la infelicidad de hoy, es el silencio de ayer, hoy quizás expresamos lo que sucede, nos enojamos, gritamos, lloramos, y aún así seguimos haciendo las cosas. Y quizás nuestro grado de insatisfacción no esté relacionado con la carrera y la vida familiar, sino con la necesidad consumista de querer ser “perfectas” a todo momento; olvidar nuestras limitaciones y creernos diosas de un Olimpo en caos.

Me pasaron la pistola, el cepillo redondo, la planchita y uno poco de cera; sonreí, me sentía renovada, y un poco más feliz que antes de entrar.

Lo único que nos libera es el cambio.
                                                                                                         Chuchi Gonzalez

11 de febrero de 2010

Llegó San Valentín y ¡Estoy sola!

Una de las cosas que me gustan de ser una gran observadora de la vida es el miticismo que le adjudicamos a ciertos eventos y momentos. Me refiero a que pasamos la vida en ocasiones como "podemos", sobreviviendo, de costado, mirando hacia atrás, con la cabeza baja, haciendo de cuenta que no sucede nada; pero un día del calendario nos hace vibrar y de pronto es como si todo lo que hubierámos estado viviendo emerge a la superficie, a la conciencia.
Llegó el 14 de febrero, día de San Valentín, el día "de los enamorados", y nos damos cuenta de que estamos SOLAS!...¿ podría ser peor?. Muchas mujeres frente a esta alarma se horrorizan, desesperan y deprimen, evocan aquellos años de bombones y flores o de perfumes y tarjetas musicales, y hasta algunas, (claro, que sí) el desatinado PASACALLE con corazones que decia "te amo".
Como un patrón emocional "esta festividad" viene a recordar lo que "no tenemos", aún cuando el 13 o 10 de febrero tampoco lo teníamos, es que parece que entre rosas y globos, propagandas y publicidades las heridas cobran vida y sangran con más nitidez que nunca.
Ahora bien, ¿no crees que es demasiado tentador caer en esta trampa?
Echarle la culpa al pobre Santo de tus resultados, lo único que te traerá como milagro es que el próximo año estés en el mismo lugar que ahora.
                                                                                                               Chuchi Gonzalez

7 de febrero de 2010

Abracadabra ¡Parezco la madrastra de mi pareja!


Él se levantó desnudo de la cama sin un mínimo de pudor, y camino hasta el baño a lavarse los dientes. No ocultó con las sábanas su prominente abdomen, la flacidez de sus brazos, ni el color molusco de su piel. Ella lo miró de reojos, con un asombro atípico, con una admiración lastimosa, con una envidia enferma. A pesar de sus excesos- pensó- no había rastro de hoyuelos en sus glúteos, ni signos de vergüenza en su andar inequívoco.

Ella sabía que debía revisar su autoestima. Para mí, él también la suya.

¿Cuántas veces se nos aparecido como un fantasma esta escena? Con honestidad emocional: Muchas.

En las calles, en las playas, en las películas, en las caricaturas (¡hasta Homero Simpson está casado! Y con una flaca!); en todas partes podemos registrar el elevado canon de belleza impuesto “para la mujer”: pechos sugestivos, cinturas cinceladas por manos mágicas, melenas abundantes, labios carnosos; y ¿Hello?.. ¿y la belleza masculina?...

Lo olvidaba: ni músculos, ni pelos. Jack Nicolson despeinado, arrugado y gordo es “un gran seductor”.

Y esa historia la compramos nosotras y ellos.

Por donde mires, habrá un Señor entrado en peso, saboreando un manjar lleno de carbohidratos y grasas trans junto a una mujer delgada, intentando cubrir con los brazos cruzados, el rollito que cuelga de su vientre o estirando su blusa para enmascarar a los flotadores.

Pero ¿Qué es lo que sucede?

Dicen que las hormonas no han sido demasiado generosas con nosotras, que envejecemos de una manera, “más caótica” que los hombres. Tal vez sea cierto; aunque no debemos olvidar que en algún punto de nuestra biografía femenina “hemos aceptado como cenicienta el maltrato de una sociedad (que constituimos) que sonriente nos impone exigencias de belleza física cada vez mayores; y eso amigas, también nos envejece.

Nuestras parejas parecen más jóvenes que nosotras por además de tener la naturaleza de aliada, no pesa sobre sus hombros, las expectativas de belleza que nos imponen a nosotras.

Los hombres pueden y (son) como ellos quieren ser. Algunos metros (centímetros o milímetros) sexuales, usan cremas, se dan masajes, cuidan su cabello, se permiten darse apapachos que hace tiempo atrás no serían concebidos como una actitud aprobada. Otros siguen los métodos más tradicionales y dejan que la vida los lleve a donde quiera.

Disfrutan de su cuerpo en plena libertad, sin juzgar ni desvalorarse. Y el mundo así los acepta. Ninguno de ellos se siento menos sensual o sexy por portar de contrabando una barriga talla XL.

¿Y nosotras?

Vivimos actuando en función de los “otros”, de éstos (los más cercanos) y de aquellos (los mandatos sociales). Somos víctimas de los juicios ajenos; y cada día trabajamos para satisfacerlos porque los vivimos como verdades. Nunca reflexionamos acerca de “la autoridad moral” de quién emite esos juicios, simplemente los aceptamos.

Ser mujer es un estigma, una huella moral que implica decididamente ser perfecta a los ojos que nos observan. Y la perfección es a la orden del día, lo que la moda dicte.

Muchas podemos quejarnos o molestarnos por el rol asignado, pero ¿qué hacemos para cambiar el rumbo?

Ser guapa no es un pecado, pero no serlo parece que sí. He escuchado muchos hombres decir a sus mujeres “estás gorda”,” tienes celulitis”,” tus partes están caídas”; y ninguno de ellos, era Brad Pitt, ninguna de ella siquiera esbozo una muestra de reclamo o dignidad; sólo asintieron con la cabeza, como quién obedece órdenes.

Las mujeres a lo largo del camino hemos logrado ganar muchas batallas. Hoy tenemos un amplio abanico de acción. Podemos elegir tener una carrera, una familiar, un hobbie; una combinación de esas cosas o las tres al mismo tiempo. Ocupar puestos laborales, sociales y políticos de gran magnitud.

Pero creo que nos olvidamos de que también podemos elegir SER.

Y esa elección involucra dar mayor prioridad a las formas de ser que nos constituyen en quienes somos, que en “hacer” lo que dicen que deberíamos.

Te invito a que te mires al espejo y te encuentres bonita, sin importar si tu nariz es recta, ancha, demasiado grande, si tu boca es apenas una línea desordenada en el resto de tu rostro, o si tus senos son pequeños, excesivamente grandes, hayas acumulado grasa en rededor de tus axilas o tu cabello esté quebradizo por tantos tintes.

Sólo mírate y alcanza a descubrir más allá de lo que ven los ojos.

Conéctate con tu energía esencial, con tu belleza interna y vacía todas las conversaciones negativas que tienes sobre tu cuerpo.

Dice Wayne Dyer, autor de Tus Zonas Erróneas:”Tu cuerpo es el curriculum con el que llegaste a la vida al rechazarlo, rechazas todo lo que eres…es el instrumento que te permitirá transcender…”

Amar es Aceptar, no puedes amar tu intelecto y despreciar tu físico; no puedes pasar toda la vida en una dualidad. Eres uno con el todo.

Ama la persona que eres, aprende a querer, mimar y cuidar el cuerpo que tienes desde el contacto de tu corazón y por ti misma, no por lo que nos dicen los de afuera.

Descúbrete bella.
                                                                                                            Chuchi Gonzalez

4 de febrero de 2010

Desatinos... mandatos sociales

En algún momento de nuestras vidas hemos aceptado sin reflexionar, cuestionar o "chistar" mandamientos limitantes, que a lo largo del camino  nos han generado grandes dolores de cabeza o  de corazón por intentar deshacernos de ellos o por seguir sosteniéndolos.
Para iniciar este blog quise enumerar estas creenciasaprendidas de la mano de quienes más nos quieren ( y que seguramente en algún instante de sus historias, al igual que nosotras, también pensaron en sacarlas de sus mochilas).

Desatino1: No mostrarnos como somos, actuar de la forma en la que "los de afuera" nos indican, dado que ellos "creen"saber lo que es mejor "para nosotras".
Desatino 2: No perder el control de las cosas, por lo tanto olvidarnos de "correr riesgos", la vida es mejor cuando podemos preveer todas las consecuencias.
Desatino 3: No confiar en los hombres, son todos iguales, nos harán sufrir.
Desatino 4: No equivocarnos porque los demás se darán cuenta de que no somos Perfectas.
Desatino 5: No decir lo que sentimos, mostrarnos emocionalmente nos hace vulnerables.
Desatino 6: No reírnos a las carcajadas, no es para mujeres, reír con los ojos.
Desatino 7: No sentirnos importantes, eso hablaría de nuestra poca humildad.
Desatino 8: No pedir lo que queremos, si alguien nos quiere tiene que adivinar lo que necesitamos.
Desatino 9: No decir NO a los demás.
Desatino 10:No creer en nuestro ser interior
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                                                                                                        Chuchi Gonzalez