17 de febrero de 2010

¿Hombres más felices que las mujeres?



Hace días fui al salón de belleza y mientras manos de tijera hacía su trabajo, yo comencé a hojear una revista femenina. Un artículo me llamó la atención, hablaba de la liberación femenina y de la “infelicidad” que hoy sienten las mujeres a pesar de tenerlo “todo”. Los científicos han demostrado que en la actualidad los hombres son más felices que las mujeres, “el ser más felices” significa que los hombres lo están siendo, en tanto que las mujeres, la mayoría de ellas no lo son.

Detuve el dedo pasador de páginas y me quedé reflexionando, mientras hacía morisquetas frente al espejo, ¿será que fuimos privadas del gen de la felicidad? ¿ y sólo nos atribuyeron la celulitis? ¿Será que tenerlo todo hace mal? ¿Qué será tenerlo todo? ´¿ Qué significa más felices?

-¿Qué está haciendo?- Grité al estilista!

El joven sólo hacía su trabajo, y yo el mío (pensar, para luego escribir) , sexos opuestos, actividades distintas, y niveles de felicidad disparejos. ¿Qué es lo que nos pasa hoy? – pensé; acaso estaremos viviendo una especie de paradoja propia del amor cortés, habremos idealizado el deseo a tal punto que muere el interés cuando se consume; quiero decir, que nos aburre todo aquello que perseguimos una vez que lo conseguimos.

Ninguna de estas reflexiones tenía asidero en mi alma, me cerraban por un lado pero otro se colaban más y más dudas.

Primero sabia que los juicios totalizadores nunca son válidos, que definir que “las mujeres somos menos felices que los hombres” abarcaba demasiado y ahí descubrí el “QUI” de la cuestión.

El estudio del General Social Survey plantea que las mujeres de hace 40 años atrás eran más felices que las de hoy. Pensé en mi madre, mi abuela, mi bisabuela y sencillamente me solté a reír como una desquiciada.

No podía encontrar ni siquiera en mi imaginación un gesto de soberbia felicidad en ellas; recordé que mi abuela no pudo casarse con el hombre que amaba porque los padres no la dejaron, que a mi bisabuela el marido la consideraba de su propiedad y borracho la celaba con un joven del campo y para reafirmar su virilidad la golpeaba, y que mi madre sostuvo un matrimonio durante dos años con un misógino porque era mal visto divorciarse.

Volví a pensar en lo que había leído, mientras descubrí que mi cabello ya estaba a la altura de la nuca como un golpe del destino que venía a traerme algún despertar.

¿Serían más felices las de antes o más sumisas? O a ¿Qué le llamaría felicidad la ciencia?

Me miré otra vez al espejo y sonreí, me agradaba (como siempre) lo que veía, me lleve a la boca un sorbo de café, yo había decidido ser feliz desde hacía muchos pares de años, independientemente de los avatares de la vida; porque la felicidad para mí era eso: poder mirarse al espejo y sonreír, sentirse plena, satisfecha con una misma, en paz con la energía vital de nuestra conciencia.

Tal vez la infelicidad de hoy, es el silencio de ayer, hoy quizás expresamos lo que sucede, nos enojamos, gritamos, lloramos, y aún así seguimos haciendo las cosas. Y quizás nuestro grado de insatisfacción no esté relacionado con la carrera y la vida familiar, sino con la necesidad consumista de querer ser “perfectas” a todo momento; olvidar nuestras limitaciones y creernos diosas de un Olimpo en caos.

Me pasaron la pistola, el cepillo redondo, la planchita y uno poco de cera; sonreí, me sentía renovada, y un poco más feliz que antes de entrar.

Lo único que nos libera es el cambio.
                                                                                                         Chuchi Gonzalez

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