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27 de noviembre de 2010

El maltrato a la mujer, una forma de ser cultural

Si leemos las noticias, independientemente del país en el que vivamos, la violencia de género es moneda corriente. Sin ir más lejos, todos los días muere una mujer en manos de un hombre que se supone que debe amarla y protegerla.La violencia contra la mujer debe acabar, no pronto, sino hoy, ahora mismo.
Los casos de violencia de género son tantos que apenas tienen prensa, nos aburriríamos de escuchar todos los días la misma noticia con diferentes protagonistas.
- Maltrato a la mujer -
Todos sabemos que existe, pero muy pocos entendemos porqué ocurre. ¿De dónde ha salido esta mafia contra lo femenino? ¿Quién ha enseñado a esos hombres paridos por mujeres a tratar con violencia física, sexual y psicológica a sus parejas? ¿Por qué descargan sobre la energía de la creación sus frustraciones? ¿Para qué se crean vínculos con lo mismo que se odia?
Haciendo un poco de investigación encontré datos históricos aberrantes; situaciones que traen a relucir que todo lo que vivimos es cultural. Quiero decir con esto, que todos los seres humanos vivimos dentro estructuras sociales que nos imponen mandatos, formas de ser compartidas y legitimadas, creencias que se viven como certezas, que no se cuestionan y muchas de ellas validan la violencia en contra de nosotras.
Hay un chiste misógino por excelencia que dice “No le pegues nunca a una mujer, igual no entiende”.
Pareciera ser que en el inconsciente colectivo se han instaurado determinadas imágenes arquetípicas de lo que es “ser mujer” para los hombres, y a través de los años, esos símbolos han ido tomando mayor fuerza, reivindicando las creencias limitantes respecto del “sexo débil”.
Las mujeres parecen ser situadas desde siempre a un costado de la vida, con mucho trabajo y compromiso hemos logrado asumir espacios que antes eran exclusivos de los hombres; sin embargo, permanece la idea de que “la mujer debe –como obligación natural- sostener una conducta determinada”. Muchas mujeres en sus hogares son reducidas a meros electrodomésticos, a los caprichos de los esposos, a las injurias de sus parejas, a la no aceptación de sus necesidades y deseos. Y aunque no imperen los golpes- Mujeres: eso es violencia.
El odio aberrante hacia las mujeres existe desde épocas inmemoriales, Jean Jacques Rousseau por ejemplo decía en su “EMILIO”, “una mujer sabia es un castigo para el esposo, sus hijos, sus criados, para todo el mundo. Desde la elevada estatura de su genio, desprecia todos los deberes femeninos, y está siempre intentando hacerse a sí misma un hombre.”
Nietzsche, llegó a la conclusión de que las mujeres son el juguete más peligroso, y esbozaba su célebre frase “Si vas con mujeres no olvides el látigo”.
Infinidades de personajes que hemos estudiado en algún momento de nuestra historia, se autodefinieron como misóginos. Arthur Schopenhauer sostenía: “Las mujeres, por ser más débiles, se ven obligadas a depender no de la fuerza, sino de la astucia; de ahí su hipocresía instintiva y su inmodificable tendencia a la mentira. Por eso el fingimiento es connatural a las mujeres y se encuentra tanto en las mujeres tontas como en las inteligentes”. Por su parte Voltaire expresó: “El primero que comparó a la mujer con una flor, fue un poeta; el segundo un imbécil”.
Por supuesto estos son sólo algunos de los que sostuvieron la herencia del maltrato y del odio hacia las mujeres. Como una infección las creencias detractoras y discriminatorias se fueron pasando de generación en generación. Los cuentos infantiles contribuyeron también a ornamentar al sexo femenino como “débil”. La cenicienta, una pobre muchacha esclavizada por sus hermanastra, con sueños y sin poder, que enamora al príncipe: adinerado, fuerte, valiente, y sagaz. Las mujeres siempre aparecimos en un segundo plano; y ubicadas en un contexto de escasez emocional y económico.
Las mujeres somos para “servir al varón, criar a los hijos, satisfacer a los demás, estar en el hogar, no pensar, actuar conforme digan los otros,” verdaderamente obsoleto e igualmente actual.
La sociedad espera siempre de nosotras la conducta correcta; y cuando nos equivocamos la sanción es tres veces peor que si lo hiciera un hombre. Los patrones de belleza impuestos son altísimos, las obligaciones son exorbitantes, y la valoración casi un milagro. Una mujer tiene que ser madre, esposa, ejecutiva, ama de casa, delgada, alegre, servicial, sexual, callada, y saber perdonar la naturaleza infiel de los hombres, para ser considerada una mujer completa. Y ¿Por qué deberíamos pretender ser completas? ¿Por qué nos obligamos a serlo? ¿Para qué?
Y así como los hombres han crecido comprando estas historias, nosotras –muchas de nosotras- también lo hemos hecho. Durante siglos hemos permitido que nos redujeran a objetos; y seguimos permitiéndolo cada vez que nos callamos lo que sentimos; que decimos SÍ cuando queremos decir NO, o que permitimos un ligero maltrato en nombre del estrés.
Si bien el maltrato es cultural, deviene desde los inicios de nuestra aparición en la tierra, no es imposible de desterrarlo; aunque tampoco es simple. Pero si todas empezáramos por trabajar colectivamente alcanzaríamos resultados en un lapso corto de tiempo.
El mismo maltrato que nos profiere nuestra pareja al hablarnos con insultos, burlas, o indiferencias; es la que repetimos cuando creemos que “él tiene razón para tratarme así”, que tiene argumentos válidos para ofendernos, para humillarnos. Muchas veces nos sentimos “tontas, gordas, tímidas” y justificamos nuestra baja autoestima en la violencia del otro. Tú puedes ser “tonta”, “tímida”, “triste”, “con llantitas en la cintura”, tú puedes ser como quieras, como puedas, es TU vida; si al otro no le parece, o no le agrada; tiene más de un camino para hacértelo saber, antes de usar la violencia. Puede hablar contigo acerca de lo que siente a partir de tus actitudes o acciones; o puede elegir no seguir contigo.
En tanto una misma permita que un hombre haga con su presente lo que le venga en ganas, la violencia será perseverante. Si tú crees que eres el sexo débil, ¿qué creerá el otro?
Desde la ontología del lenguaje profesamos que “Somos como actuamos, pero también actuamos por como somos, la acción genera ser,” esto implica que si hemos crecido en culturas patriarcales que confinan a la imagen de la mujer a un poco menos que nada; transformando nuestras acciones, nuestras elecciones, podemos empezar a generar otra forma de ser observadas. Se dice que actuamos según el sistema social al que pertenecemos, pero también las personas cambian con sus acciones diferentes esos sistemas.
Si permanecemos en silencio, todo permanecerá igual. Pero creo que la violencia de género es algo que debe curarse desde antes de surgir, con la comunicación efectiva entre los miembros de la pareja; amando con los ojos abiertos y los pies en el suelo; sabiendo que los cuentos de hadas son simplemente cuentos; que el amor es más serio que calzarse el zapato correcto y que vivir comiendo perdices produce indigestión.
Que eres una mujer valiosa, importante y bella; que más allá de todo TÚ eres lo único que tienes y que debes elegir “SIEMPRE”. Elígete a cada instante; entiende que antes del otro estás tú, y no lo percibas como egoísta, es la clave de una vida en armonía; si no te valoras, amas y respeta, ¿Por qué habría de hacerlo tu compañero?
Tú debes conocer tus derechos.
Tú tienes derecho a una relación sana.
Tú tienes derecho a expresar tus emociones.
Tú tienes derecho a decir No.
Tú tienes derecho a perseguir tus sueños.
Tú tienes derecho a tener ideas diferentes.
Tú tienes derecho a sentirte a gusto contigo misma.
Tú tienes derecho a reír, llorar, cantar, vivir feliz.
Tú tienes derecho a decir ¡Basta!
Tú tienes derecho a volver a empezar las veces que sean necesarias.
El maltrato a la mujer, una forma de ser cultural, es un articulo de Toda Mujer es Bella, con autoria de: Chuchi Gonzalez.
Publicado con permiso.

6 de noviembre de 2010

Mi amor, ¿cuál es tu clave?


Si tu esposo o novio te pide la clave de tu e-mail o cuenta de facebook, se lo das, ¿verdad que sí? Claro, porque ello es prueba de amor, confianza y fidelidad.
¡Falso! No te creas esas manipulaciones y haz valer tu privacidad. Tanto tú como tu pareja tenéis derecho a la privacidad y eso es algo que debe respetarse.
Todas las personas tenemos una vida íntima y personal, aunque estemos de novios, en pareja, casadas, o divorciadas. Cada quién tiene sus frases mentales, sus sueños diurnos, sus miedos, sus hobbies, sus cuentas de correo, amigos, facebook, u otras redes sociales. Violar el mundo privado del otro, no sólo habla de la falta de seguridad propia, sino también de una conducta autoritaria y de imposición. ¿Dónde quedan las libertades entonces?
Tal vez en la época de mi abuela este problema se evidenciaba a través de las escenas celosas o los permisos que daban o negaban los esposos. Cómo si la mujer fuera una mercancía, después de varias décadas de lucha, se han conquistado varios escenarios. Sin embargo aún sigue siendo frecuente en muchas parejas, esa atribución de poder personal a uno de sus integrantes. Es decir, siempre hay un alguien que “da permiso” a otro para hacer tal o cual cosa. ¿Perdón?
¿No estamos hablando de parejas? ¿De vínculos entre dos adultos? ¡SÍ! Sin embargo es frecuente que Fulanita no pueda ir de su amiga Menganita porque su marido no la deja o estudiar aritmética, puesto que su marido lo considera innecesario; o tomar clases pole dance porque el marido cree que es peligroso o inmoral; o simplemente no la deja “tener facebook” o si lo tiene reclama su clave.
Pero, ¿qué es todo esto? ¿Por qué tu pareja tiene que permitirte o prohibirte cosas? ¿Acaso eres menor de edad y él es tu padre? Sabes que no. ¿Entonces por qué lo permites? ¿Por amor, me contestarás? ¿Crees que eso tiene que ver con el amor?
Una cosa es pactar con la pareja, hacer acuerdos, y otra muy distinta, es colocarte en la postura “quiero hacer tal cosa pero mi esposo no me deja”, ¿Cómo que no te deja? ¿Cómo puedes si quiera decirlo?
Las parejas maduras y consolidadas en el amor; no requieren de utilizar el “síndrome del permiso” para hacer o dejar de hacer. Saben que lo que elijan lo pueden consultar o compartir con el otro; que el otro puede estar o no de acuerdo, pero que más allá de eso, no habrá conflictos. Porque a su vez entienden que lo que desean hacer “no es algo que va contra los principios de la pareja” por el contrario la mayoría de las veces, las acciones extras que queremos sumar a nuestras vidas, están vinculadas con un desarrollo personal que influirá positivamente sobre el vínculo.
Recuerdo que en alguna oportunidad una alumna mía había comenzado a salir con un joven, y en los primeros meses de la relación, él le solicitó la clave de su cuenta de mail, la respuesta fue obvia: “¿Para qué?” La contra-respuesta típica: “¿Tienes algo que esconder?”; el final fue inevitable.
La manipulación en nombre del amor o de la especulación de “traición” son las armas que se suelen utilizar para alcanzar el objetivo. “Si me amas, ¿por qué no me das tu clave?” o “si no tienes nada que ocultar ¿por qué no me das tu clave?”
El amor no entiende de “claves” pero sí de espacio personales; de intimidad, de privacidad. Vivir expuesto al otro, hasta lo más íntimo no es saludable y ahora que lo pienso, ni aun así posible. Puedes darle la llave de tu casa, los accesos de tus cuentas, pero la llave de tu mente es imposible.
Siempre habrá un espacio tuyo, único. Al que nadie podrá acezar. Y es muy necesario. Para que te desarrolles; como lo es también tus sueños, tus talentos, tus hobbies, tus amigos. Tu mundo.
No tener nada que esconder tampoco implica que tienes que mostrar para ser creíble; es un problema del otro que te crea o no.
La privacidad de ambos es un elemento primordial en la relación. Puesto que les permite cambiar de aires, renovarse, sentirse a sí mismos, escucharse y luego volver a caminar de a dos. Pero fíjate que cuando caminan de la mano, es uno al lado del otro. Eso es exquisito. No lo otro, dónde él vaya delante de ti.
Claro pero tú también deberás entender que para exigir debes dar. Nada de intentar ingresar a sus redes sociales o revisar su teléfono celular porque te sientes investigadora privada. Meter manos en chaquetas, sacos, o pantalones “para encontrar” pruebas de algo, no es recomendable. Lo sano es que si tienes sospechas de algo, hables.
Meterse en sucesos de violación de intimidad es bochornoso e infantil. Habla de tu baja autoestima y tu desesperación; de tu falta de confianza y valor para afrontar los problemas. Te pondrá en una situación ridícula y del ridículo no hay retorno.
Como pareja son un proyecto común, como individuos son únicos.
Chuchi González.

Mi amor, ¿cuál es tu clave?, es un articulo de Toda Mujer es Bella, con autoria de: Chuchi Gonzalez.
Publicado con permiso.

2 de noviembre de 2010

¿Los hombres son más felices que las mujeres?


Hace días fui al salón de belleza y mientras el peluquero hacía su trabajo, yo comencé a hojear una revista femenina. Un artículo me llamó la atención, hablaba de la liberación femenina y de la “infelicidad” que hoy sienten las mujeres a pesar de tenerlo “todo”.
La ciencia ha demostrado que en la actualidad los hombres son más felices que las mujeres, “el ser más felices” significa que los hombres lo están siendo, mientras que la mayoría de las mujeres no lo son.
Detuve el dedo pasador de páginas y me quedé reflexionando, mientras hacía morisquetas frente al espejo, ¿será que fuimos privadas del gen de la felicidad? ¿y sólo nos atribuyeron la celulitis? ¿Será que tenerlo todo hace mal? ¿Qué será tenerlo todo? ¿Qué significa ser más felices?
-¿Qué está haciendo?- Grité al estilista.
El joven sólo hacía su trabajo, y yo el mío (pensar, para luego escribir), sexos opuestos, actividades distintas, y niveles de felicidad dispares. ¿Qué es lo que nos pasa hoy? – pensé; acaso estaremos viviendo una especie de paradoja propia del amor cortés, habremos idealizado el deseo a tal punto que muere el interés cuando se consume; quiero decir, que nos aburre todo aquello que perseguimos una vez que lo conseguimos.
Ninguna de estas reflexiones tenía asidero en mi alma, me cerraban por un lado pero otro se colaban más y más dudas.
Primero, sabía que los juicios totalizadores nunca son válidos, que definir que “las mujeres somos menos felices que los hombres” abarcaba demasiado y ahí descubrí el “QUI” de la cuestión:
Un estudio del General Social Survey plantea que las mujeres de hace 40 años atrás eran más felices que las de hoy. Pensé en mi madre, mi abuela, mi bisabuela y sencillamente me solté a reír como una desquiciada.
No podía encontrar ni siquiera en mi imaginación un gesto de soberbia felicidad en ellas; recordé que mi abuela no pudo casarse con el hombre que amaba porque los padres no la dejaron, que a mi bisabuela el marido la consideraba de su propiedad y borracho la celaba con un joven del campo y para reafirmar su virilidad la golpeaba, y que mi madre sostuvo un matrimonio durante dos años con un misógino porque era mal visto divorciarse.
Volví a pensar en lo que había leído, mientras descubrí que mi cabello ya estaba a la altura de la nuca como un golpe del destino que venía a traerme algún despertar.
¿Serían más felices las de antes o más sumisas? O ¿a qué llama la ciencia “felicidad”?
Me miré otra vez al espejo y sonreí, como de costumbre me agradaba lo que veía, me llevé a la boca un sorbo de café, yo había decidido ser feliz desde hacía muchos años independientemente de los avatares de la vida; porque la felicidad para mí era eso: poder mirarse al espejo y sonreír, sentirse plena, satisfecha con una misma, en paz con la energía vital de nuestra conciencia.
Tal vez la infelicidad de hoy, es el silencio de ayer, hoy quizás expresamos lo que sucede, nos enojamos, gritamos, lloramos, y aún así seguimos haciendo las cosas. Y quizás nuestro grado de insatisfacción no esté relacionado con la carrera y la vida familiar, sino con la necesidad consumista de querer ser “perfectas” a todo momento; olvidar nuestras limitaciones y creernos diosas de un Olimpo en caos.
Me pasaron la pistola, el cepillo redondo, la planchita y uno poco de cera; sonreí, me sentía renovada, y un poco más feliz que antes de entrar.
Lo único que nos libera es el cambio.
Chuchi Gonzalez

¿Los hombres son más felices que las mujeres?, es un articulo de Toda Mujer es Bella, con autoria de: Chuchi Gonzalez.
Publicado con permiso.

31 de octubre de 2010

Sin Tiempo para nada

Hoy día vivimos en un contexto social de “velocidad y agresión”…
Velocidad en el sentido de que “todo tiene que ocurrir en el mínimo tiempo”, en que “escasea el tiempo”, buscamos “procesos simplificados: comidas rápidas, aprender inglés en tres meses, responder a mensajes de textos -Ok-Si-No-Tq-, adelgazar diez kilos en un mes, usar electrodos para tonificar músculos, tomar pastillas para dormir más rápido, etc.

Y agresión, entendido por la nube de estrés que viaja sobre nuestras cabezas, por el enojo que abunda en nosotros, por la indiferencia consecuencia de la prisa que llevamos.
Todo el tiempo, estamos ocupadas. Tenemos que ir de compras, responder mails, ir al dentista, asistir a reuniones, colegios, buscar a los niños, pasear a las mascotas, concurrir a la estética, pagar cuentas, actualizar las redes sociales, hacer ejercicio, compartir con los amigos, recordar los cumpleaños, lavar trastes, ropa, planchar, cocinar, aseo de la casa, encontrar personal, buscar trabajo, terminar tesis, devolver un libro, etc. Miles de cosas a diario que nos mantienen en la frecuencia que he llamado VA (Velocidad y Agresión) pagando altos precios emocionales y físicos, como hipertensión, ansiedad, cansancio crónico ,obesidad, angustia, insomnio, enojo, dolores de cabeza, tristeza, cáncer, depresión, ira, problemas cardíacos, etc. Y todo ello para no salirnos y pertenecer a éste mundo. Pero alguna vez nos hemos dado vuelta, mirar por dentro, y preguntarnos ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Qué está pasando?
Todas estamos siendo víctimas/responsables de uno de los pecados capitales más transcendentales del siglo: La “Pereza Activa”. Una especie de nebulosa que tenemos sobre nuestros ojos, que nos mantiene ocupadas en miles de actividades haciéndonos perder el rumbo de las acciones importantes para nosotras. ¿Cuáles son esas acciones? Las acciones que tienen que ver con nosotros mismas, con nuestro ser, nuestra luz interna, nuestras voces, nuestra sabiduría. Según el monje tibetano S. Rimpoché, hay diversas clases de pereza, la oriental y la occidental:
La pereza al estilo oriental se practica a la perfección en India. Consiste en pasarse el día holgazaneando al sol, sin hacer nada, evitando toda clase de trabajo o actividad útil, bebiendo mucho té, escuchando por la radio música de películas indias a todo volumen y charlando con los amigos.
La pereza al estilo occidental es muy distinta. Consiste en abarrotar nuestra vida de actividades compulsivas para no disponer de tiempo alguno para abordad todo aquello que importa realmente.
(Extracto de “El libro Tibetano de la Vida y de la Muerte” Sogyal Rimpoché Ediciones Urano 2006).
Si hacemos una lista a conciencia de las actividades que tenemos que desarrollar, observaremos que muchas de ellas, que llamamos “importantes para nuestra vida”, no son más que meros trámites que elegimos para cumplir con las demandas de los demás, para obtener aprobación, para sentirnos queridas. ¿Cuántas veces te conectas con tus sueños y te prometes que el lunes empezarás? Pero al llegar el lunes, la agenda otra vez gana la partida. Hay demasiadas cosas pendientes; y “tus anhelos se vuelven a guardar en un cajón”.
Parece ser que hemos elegido que el exterior elija por nosotras, en lugar de ser nosotras quienes elijamos a cada paso en nuestra vida. El doctor Deepak Chopra en su libro “Cuerpo sin edad, Mente sin tiempo”, hace referencia a esto invitándonos a no gastar cientos de dólares en maquillaje, ropa, pastillas, cirugías, y que invirtamos en una buena terapia, en una orientación emocional; porque un equilibrio interno nos hace más sexys y bellas que cualquier cosmético o traje de diseñador; más sin embargo las personas siguen buscando fuera de sí, lejos de su centro, la verdad de la vida.
Estamos inmersas en una distracción nociva y viciosa, siempre queremos más, y más. Siempre buscamos mejorar nuestra condición económica, olvidando la espiritual; creyendo que más bienes materiales y mejores condiciones laborales, nos asegurarán vínculos exitosos y saludables.
Sin embargo, contamos con muchísimos ejemplos que nos confrontan con esta fantasía. La belleza y el éxito dependen de nuestra peculiar forma de mirar, absorber y relacionarnos con el mundo.
Si pudiéramos reconectarnos a diario con nuestra voz interna, aprenderíamos que mucho de lo que perseguimos lo hacemos por costumbre, por tradiciones de otros, por no saber elegir desde el corazón.
El antídoto a éste pecado es hacernos conscientes de que la vida está en pleno cambio, que nadie puede bañarse dos veces en las aguas del mismo río (Heráclito), que todo fluye, y que estamos en constante rediseño. Que mientras todo esto acontece ante nuestras narices; nosotras estamos extraviadas.
Te invito a soltarte y dejarte SER.




Chuchi González.
Sin tiempo para nada, es un articulo de Toda Mujer es Bella, con autoria de: Chuchi Gonzalez.
Publicado con permiso.






17 de octubre de 2010

Amor Incondicional


Todas queremos ser amadas incondicionalmente, que por encima de cualquier error, fracaso o triste suceso se nos siga amando. Necesitamos amor y deseamos que el amor sea incondicional, como el que nosotras mismas decimos tener.Pero, ¿es posible realmente el amor incondicional o es un valor abstracto e inalcanzable? ¿Alguien ama sin condición alguna? ¿Sin esperar nada a cambio, ni siquiera algo de amor?
Recientemente la Asociación Estadounidense de Hospitales Veterinarios realizó una encuesta en base a la hipótesis de “¿A quién llevaría de compañía si tendría que vivir en una isla desierta?, los datos fueron altamente reveladores, dado que un 80% de personas declararon que su acompañante perfecto sería su mascota por el amor incondicional que le retribuyen.
Me quedé pensando un largo rato sobre lo que había leído, mientras veía a mi perro “Tango”, acostado en el sillón de la sala lamerse las patas delanteras. Susurré su nombre con un tono meloso y volteó con urgencia hacia mí.
El porqué de las respuestas ciertamente estaba relacionado con la necesidad que los seres humanos arrastramos desde que nuestros padres dejan de ser dioses y la incondicionalidad del amor se acaba. Cierto es sin embargo, que toda regla, tiene su excepción, hemos visto por noticias, experiencias cercanas o propias que esa “incondicionalidad del vínculo paternal (incluyo en la palabra madres y padres) es otra creencia absoluta que deberíamos comenzar a rediseñar. Sin embargo, para seguir en la línea de mi pensamiento, “la incondicionalidad” es otra veta tramposa que la sociedad le ha impuesto al amor.
Nos gusta gritar a viva voz que somos capaces de “cualquier cosa” por ese otro, que “amamos” en sin condiciones, y que por sobre todas las cosas, el verdadero amor es incondicional, como diría Luis Miguel: “Tú, la misma de ayer, la incondicional, la que no espera nada”.“Incondicional”
Una pregunta a realizarse es: ¿en la vida real este gran adjetivo es factible de actuar (ejercerse) o sólo es una linda máscara que nos hace “quedar bien hacia afuera y sentirnos buenos hacia dentro”?
Para poder responder a estas interrogantes, comencé por donde un sabio amante de las palabras comenzaría: el diccionario de la Real Academia Española. Mi desconfianza se coronó de sorpresa al revelarme que “incondicional” es un adjetivo que significa “ABSOLUTO, sin restricción ni requisito”.
Comencé a analizar el término desde su concepto a la aplicación coloquial concedida por los usos y costumbres. Si ser incondicional es no tener límite alguno, ni exigencia ¿por qué pretendemos en las relaciones que él otro me comprenda o me acepte tal cual soy? ¿Acaso esa no es una condición? Si el auténtico amor es el que no está condicionado ¿Por qué nos ofendemos cuando el otro actúa de forma diferente? Si ser INCONDICIONAL es no esperar nada a cambio, como la amiga de Luis Miguel, ¿Por qué nos sentimos amenazados cuando nuestra pareja decide destinos distintos a nosotros? Acaso nuestras relaciones ¿no están supeditadas a circunstancias?
Nuestro perro es el mejor amigo que tenemos siempre y cuando no orine o no se coma los muebles de la casa, porque cuando lo hace, lejos de “generar aceptación,” creamos ESTRÉS, pues el animalito no se comportó “cómo debía”. ¿Será tal vez, que anhelamos un vínculo incondicional del otro hacia nosotros, pero sujeto a restricciones de acá para allá? ¿Seguiremos atados a la fantasía infantil de la seguridad emocional profesada por nuestros progenitores?
Sea cuál sea el motor que nos lleva a esa búsqueda inexistente, me pregunto con infame ingenuidad ¿qué tiene de malo que el amor adulto sea condicional? ¿Acaso no nos hace más responsable de las relaciones que creamos?
Si somos conscientes de que el vínculo que estamos estableciendo tiene fronteras, fondos, demarcaciones; que vive porque ambos insuflamos oxígeno, nutrientes; que es la respuesta a la dedicación TUYA + MÍA (y no una secuela azarosa del destino), habremos aprendido que debemos “cuidarlo”, “observarlo”, “mimarlo”, “alimentarlo”, “protegerlo de las flaquezas, de la rutina, de las tentaciones”.
Qué depende de NOSOTROS (tú+yo+ más nuestros miedos) para que siga VIVO.
Entenderemos que el AMOR por sí sólo no es suficiente (o que lo es en un plano abstracto) que siempre necesita de NOSOTROS para fluir y no desvanecerse en el intento de SER.

Amor incondicional, es un articulo de Toda Mujer es Bella, con autoria de: Chuchi Gonzalez.
Publicado con permiso.