24 de marzo de 2015

¿Cuál es tu propósito?


La vida avanza a un ritmo vertiginoso, apenas nos da tiempo para cambiar la hoja del calendario, los sueños que no realizamos se convierten en quejas perezosas que nos recuerdan que otra cosa más quedo inconclusa, ¿para cuándo? Para mañana, para la otra vida. De pronto se hace evidente pararnos y preguntarnos a nosotros mismos ¿que estoy haciendo de mi vida? ¿Es la vida que quiero? ¿Estoy satisfecho con esto? ¿Con aquello? ¿Es lo mismo tener una lista de sueños  que  una lista propósitos? Por supuesto que no. Un sueño es un me gustaría, un propósito es un para qué.
Cuando hablamos de ¿cuál es el propósito para estar en dónde estás? Estamos haciendo referencia a que es lo que te moviliza a estar en ese lugar/ espacio. Tu ¿para qué? Pregunta que siempre no direcciona hacia el futuro a través de una acción. El propósito es el motor que nos alienta cada día a hacer lo que hacemos, regar las plantas, ir a trabajar, pasear al perro, cuidar de los hijos, sobrevivir. Es lo que no pone en acción, si este ¿para qué? Nos quedaríamos estáticos, paralizados, el propósito es lo que le da sentido a tus acciones, a tu comportamiento, a tu conducta.
Todo propósito está basado en las creencias, en esas miradas particulares que tenemos respecto de la vida, las creencias son el mapa pero no el territorio, es una mirada fragmentada de la realidad, no es la realidad misma, sino la realidad que sostengo.
Mis creencias me identifican, por ellas puedo explicar quién soy, soy yo y mis creencias; tenemos una caja hermosa de creencias y en ellas podemos tener creencias poderosas, que nos atraen posibilidades para nuestras vidas o creencias limitantes, que nos traen recortes a nuestra libertad personal; algunas creencias revisten un carácter de verdad irrefutable y a ellas les llamamos certezas. Todos vivimos en una caja de creencias, no hay problema con ello. El malestar se genera cuando las creencias se cristalizan en nosotros, y creemos que sin ellas no somos nada, cuando tomamos conciencia de que están obsoletas y sin embargo, seguimos aferrados a ellas. La idea de madurez emocional, proporciona la capacidad de romper la caja, salirnos de la caja y construir una nueva, una flexible, renovada y ajusta a las necesidades del hoy. Pero debemos de saber, que en última instancia toda creencia siempre es una cárcel. Porque cuando creo en algo, me cierro a la oportunidad de seguir aprendiendo. Mi criterio de verdad se vuelve retardatario. 
El mundo es un globo lleno de creencias, somos observadores no podemos escapar del arte de interpretar y poner fe en ello. Pero el primer problema que se plantea con las creencias es la presunción de verdad que a nivel relacional queremos imponer, si yo tengo la verdad, el otro sostiene una mentira. Por eso, aunque perdamos la sensación de poder, debemos empezar a aceptar que toda creencia es en última instancia una mirada, sólo un forma de observar. Otro conflicto que se genera con las creencias es confundirlas con los hechos.
Estamos tan seguros de que las cosas son como son, que creemos que lo que observamos es un hecho y en realidad es una creencia.
Las creencias pertenecen al orden del observador, a la interpretaciones personales y a cómo nos sentimos con esas interpretaciones, corresponde a lo que  en PNL  llamamos realidad de 2do y 3er orden y son las alucinaciones.
Los hechos, pertenecen a la realidad de 1er orden, y tiene que ver con las convenciones sociales, con las evidencias sensoriales, con lo que se puede verificar y constatar a través de la actividad sensorial previo acuerdo. Los hechos pertenecen a lo fáctico.  A lo que no se puede cambiar. Es un hecho que hay un continente que se llama América.  En el orden de la facticidad encontramos al cuerpo, el entorno histórico y el pasado.
No podemos cambiar el cuerpo, podemos modificarlo, pero la finitud del cuerpo pertenece a lo fáctico.
Lo mismo con el entorno histórico, el año en que nacimos, el lugar, la estación, la situación política.
Y en relación con el pasado, hablamos de nuestras experiencias personales.
Cuando nos enredamos en el concepto de la resistencia o la rebeldía propia del sentimiento de injusticia, muchas veces generamos emociones tóxicas, porque frente a algo que no nos gusta adoptamos la actitud de resistir, como si de esa forma lo que no nos agrada disminuyera, y no nos damos cuenta que lo reforzamos.

Frente a un evento cualquiera siempre tenemos la posibilidad de elegir como sentirnos, de adoptar la postura de aceptación o resistencia.

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