Días y días enteros pasé frente al espejo. Mirando el reflejo que la lámina acusadora me devolvía. Lo miré con euforia, con alegría, con pesimismo, con indiferencia, con tristeza inmunizada de ira; con trastornos alimenticios, con falta de amor propio, con desapego, con desdén, con tolerancia, con aceptación, con picardía.
Pude ver esos ojos verdes – marihuana diría Sabina, verdes –como el mar diría Bécquer; grandes y presurosos; coquetos e indiscretos; desenfocados y abatidos; pequeños e indefensos, hinchados y oprimidos; serenos y enfadados; cautos, vengativos; desolados, vacíos, tristes, llenos, secos, mojados.
Pude ver el cabello largo y negro, azabache mortal y ondulante, rojo como flama de fuego, cítrico naranja rebelde, delgado, grueso, lacio, calvo.
Un mundo sin fin, y con fines sucesivos; y sentí un profundo dolor al darme cuenta: ¡cuantas mujeres mueren cada día frente a mis ojos mientras yo nadaba en mi inconsciencia!
Aunque conserve el nombre que me han puesto mis padres, aún pese a que yo me re-nombre; aunque tenga la misma nacionalidad, el mismo número de identidad, algunas idénticas costumbres y gustos que hace un par de años, aunque todos me miren y crean ver a la misma; yo no soy la de ayer. Yo soy otra distinta.
Y es que cada día nazco y muero; me rediseño, absorbo, desecho, me impregno de vivencias, que me modifican constantemente; el primer impacto pasa por mi biología, el resto repercute en mi lenguaje, y en mis emociones.
Yo, claro que soy yo, la de siempre pero cambiada. Me reconozco en el espejo, pero a leguas no soy la misma. Y digo: ¡Ufff pucha, che! – ¿es que ni yo me salvo de cambiar? Y no. Nadie.
Y aunque certeramente, esta la de hoy, me agrada mucho más que la de antes; no puedo evitar el “lagrimón” que se me escapa cuando me recuerdo. Por qué comprender que no está más eso que siempre estaba ahí, genera una espacio de incertidumbre que perdura hasta que nos adaptamos a lo nuevo.
Frente a cualquier cambio siempre necesitamos de un proceso de adaptación, de lo conocido a lo nuevo-diferente-a estrenar. Y esa aceptación de la pérdida; ese decir “ya no está más eso”, el proceso de elaboración de lo que no está, es el duelo.
El duelo es el dolor que me produce la pérdida, la ausencia que aquello deja. Y los duelos, que devienen de la palabra dolor; duelen.
Repaso una definición que leí “El duelo es el doloroso proceso normal de elaboración de una pérdida, tendiente a la adaptación y armonización de nuestra situación interna y externa frente a una nueva realidad”
Claro que hay pérdidas, pequeñas pérdidas y grandes pérdidas, pero todas absolutamente todas prescriben una elaboración; una asimilación de que algo que teníamos no está más; y que ahora otra cosas ocupará su lugar, porque siempre el vacío se llena.
A veces un nuevo amor, un trabajo, un viaje, proyectos, un hijo, un hobbies, o con recuerdos, o con sufrimiento, o con resentimiento o con frustración.
Pero es espacio que quedó vacío siempre se llena.
Nosotros elegimos con qué llenarlo.
Y este proceso de aceptar “lo que no está” es un proceso que nos permite crecer internamente. Cuando tomo conciencia de que la adolescente que habita en mí ya no está más, doy paso a esta mujer.
Llegué a ser quién soy, porque ya no soy quién era. Crecí. Me transformé. Y aquí estoy, merced a todo lo perdido.
Será, acaso ¿Qué por eso dicen que crecer duele?
Chuchi Gonzalez