Nota de la autora: Esta entrada nada tiene que ver con el temario general del blog. Pero de todas formas la voy a integrar; porque buceando en mi mente, la escribió una mujer en libertad: YO.
Ser argentino es ser un observador particular, como lo sería ser mexicano, colombiano, francés. Cada uno es en relación a la estructura social en la que nació y desenvolvió, y a través de ella también acciona u omite – y omitir también es una forma de accionar-.
Cuando uno toma conciencia de quién es, y de que la nacionalidad influye en su facticidad; tal vez la piel se nos pone de “gallina”; pues el ser argentino fuera de casa; implica sostener el cartel de “sencillito y carismático”, a partir de esos dos adjetivos un mundo de posibilidades se abren: el universo de significado que representa para la otredad ser “sencillito y carismático” y el horizonte de sentido que nosotros le otorgamos.
Si desglosamos el tan enigmático cartel, podríamos decir que somos sencillos, pues somos frontales y directos, lo que para muchos significa “un ser ofensivo, e irrespetuoso”; y el carisma propia de nuestra mezcla de sangres europeas; es el famoso ego del que nos suicidamos cuando ya no damos más.
Ser argentino en tierras foráneas es una aventura para uno y para ellos; es descubrir la vida más allá de mate; y sin el ritmo triste del tango; y sin embargo, “chupar un amargo” a escondidas mientras nos quejamos de todo lo que pasa a nuestro alrededor.
Pero pienso que si “ser” uno mismo es el “desafío”; “ser argentino y no morir en el intento” es una gran aventura.
Dicen que el mejor negocio es “comprarnos por lo que valemos” y “vendernos por lo que decimos que valemos”; la “vanidad” es un pilar de nuestras vidas; bien entendida es una saludable forma de vincularnos con nosotros mismos; pero resulta casi un insulto para los que nos miran de afuera; cuando lo más común es que las personas digan de sí mismas “todo lo malo” y no sepan “presumir su todo bueno”.
Se dice que todo el año es carnaval en Brasil, y que nosotros por todo hacemos un drama y por lo importante hacemos chistes. Nos ocupamos de nuestro aspecto físico sin dejar de tomarnos la cerveza del sabor del encuentro, ni orillar los asados con achuras, ni los kilos de helados mirando televisión en la cama. Cada quién con su “cuartito y de vez en tanto le metemos la cucharita al vasito del otro sin que se dé cuenta”. Si alguien pregunta cómo nos va, lo más probable es que respondamos - ¿Queres que te cuente? Y si nuestro interlocutor no advirtió que la respuesta implicaba –“Mejor no te digo nada”- “agregamos con voz póstuma: ¡Para el culo! Es que a nosotros “nos gusta hablar a calzón quitado”
Desde el pensamiento simbólico y haciendo uso de las imágenes arquetípicas, los argentinos somos “guerreros”, nos entregamos a una causa, aunque muchas veces desde el inicio sabemos que es perdida, nos remite al valor de la austeridad, y quienes mejor que nosotros para entender eso, si todo lo atamos con alambre; somos los que siempre generan espacio para la acción; y nos corresponde el elemento fuego. Como éste quemamos, calentamos, abrigamos, iluminamos, enceguecemos, arrasamos, nutrimos. Somos persistentes más allá de los obstáculos, de los malos gobiernos, de las crisis, de las modas; tenemos el don de caernos y como diría Alejandro Lerner “Volver a empezar” porque “tropezón no es caída” ; pero tenemos la sombra del exceso del arquetipo y en varias oportunidades nos convertimos en mercenarios y deseamos que muchos “caguen fuego”.
Somos “visuales” al 100%, nunca falta un “viste” en el dialogo, o un “mirá lo que te digo” y toda la mar en coche.
Nuestro universo está compuesto de “cosas” “cosa” y “coso”; sin identificación previa a todo llamamos con el mismo nombre. “Alcanzame la cosa esa”, “¿Me pongo el coso?, “¡Te traje una cosa!, “¡Qué cosa!, ¿Dónde pongo las cosas?, ¡Che, el coso!; y sabemos que “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, o que “una cosa es ser profundo y otra es estar hundido” y que “una cosa es ser un hombre grande y otra cosa es ser una gran hombre”.
Somos críticos profesionales, hablamos mal del país, del de al lado, de otros países y de nosotros mismos.
Afuera de casa nos aborrecen, nos hacen burlas y también cuando se dejan seducir, nos adoran. Discutimos y opinamos sobre cualquier tema, nacimos con la sabiduría de la razón. Somos extremistas, amamos u odiamos, no tenemos término medio.
Somos el país que más psicólogos y psiquiatras tiene, leemos autoayuda, nos gusta el tarot, escuchamos a Claudio María Domínguez, hacemos coletas; nos pasamos la ropa que nos quedó chica, compartimos la bombilla con quién se nos crucé, y le llamamos a Dios por su apodo “El barba, o barbeta”.
Encontré una carta de un filósofo español en internet que dice “los argentinos son italianos que hablan en español. Pretenden sueldos norteamericanos y vivir como ingleses. Dicen discursos franceses y votan como senegaleses. Piensan como zurdos y viven como burgueses. Alaban el emprendimiento canadiense y tienen una organización boliviana. Admiran el orden suizo y practican un desorden iraquí. Son un misterio!
Chuchi