9 de octubre de 2010

Yo te manipulo, Tu te dejas

Es sábado. Por bendición de la Diosa Madre, anoche el insomnio no vino a revolcarse conmigo. Por ser viernes se habrá ido de juerga, tal vez. Yo a las once de la noche ya había emprendido el viaje onírico. Mi celular nuevo ha sonado con debilidad, aún no me tiene confianza, y su temor a verse estrellado contra el piso, rompió mi pensada rutina sabatina. Abrí los ojos como Blanca Nieves a las nueve de la mañana. Ya era demasiado tarde para mí; todo lo que tenía planificado cayó en el pozo de las imposibilidades. Yo soy así: extremista y sofocante conmigo misma. Y más cuando atravieso situaciones emocionales difíciles. Desde la muerte de papá; me he convertido en lo que denomino “mujer desastre”; una especie femenina que rompe los acuerdos que tiene consigo misma por consecuencias de fuerza mayor: ESTRÉS E INSOMNIO. Aunque a rigor de verdad sigo siendo la misma excéntrica que hace “todo lo que tiene que hacer,” mi finita y auto-exigente mirada tiñe todo de gris.
Me preparé el desayuno –café con leche y dos tostadas integrales con queso cotage light y mermelada reducida en azúcar – y me senté frente a la computadora a buscar “estadísticas para el último proyecto que estamos encarando con mis socias”. Todo iba en marcha,  en gozo absoluto, al rato iría al gimnasio, luego pintaría un poco ese cuadro pendiente, más tarde entre mates y pensamientos: lectura y a escribir artículos – que ya me iré de vacaciones a Argentina y tengo que dejar preparadas las entregas. De repente todo cambio.
Una sombra negra se detuvo en la puerta de mi oficina. Y pude sentir como ese energía impactaba directamente en mi concentración, no quería voltear, me resistía. No quería ver que era eso que me estaba mirando con reclamante ostentación. Pero no pude, reconozco mis limitaciones, me ganó. Volteé. Y ahí estaba. Clavándome sus oscuras noches en mis ojos, en actitud desafiante,hablándome telepáticamente.
Ahí estaba TANGO, mi perro, mi compañero, mi buen amigo. Haciendo ejercer su paseo de sábado, con sus lagañas que se asemejan a lágrimas, y su carita de “no te olvides de mí”. Sus mofletes caídos y las orejas cabizbajas, sin perder contacto vital, “recordándome que él dependía exclusivamente de mí” y que lo haría feliz un buen paseo.
Cada vez que Tango me mira así, me compra. Sale siempre, pero se olvida. Sin embargo, lo que me viene a enseñar es este afán que tenemos los seres humanos por tener miles de cosas y luego, las dejamos a la deriva. A Tango no le sucede porque tiene “una madre humana obsesiva y culposa” que es capaz de “dejar de ir al gimnasio” para no dejarlo solo; o levantarse de la computadora para llevarlo hasta el bosque de Chapultepec; dónde él se siente en la gloria, en una campiña inglesa, rodeados de flores rojas y mariposas “tecnicolor”.
Me manipula. Sabe usar sus herramientas al pie de la letra. Cuando dormir de costado, panza arriba, o quedarse fijo como gato de porcelana hasta que me levante y le ponga la correa.
Yo me dejo. Sé que soy un buen amo. Pero el amor que me da es tan inmenso y tan incondicional, que me dejo atrapar por sus artimañas en agradecimiento de lo que yo no puedo darle.
        Chuchi González
(Foto Chuchi González y Tango)

7 de octubre de 2010

Un poema a la ciudad que me contiene


Acá donde se cruzan los destinos,
Donde los acentos parecen coincidir,
Donde se esconden los peregrinos
Donde todo tiene un picante elixir.
Donde la vida reprime emociones,
Soy vulnerable sin temor a decir que sí,
Y me enamoro de todos sus rincones,
Nunca he estado, en lo que es París.
Las mujeres quieren ser Guadalupe,
Milagrosas y compasivas en el amor,
Los hombres, a la gomina y al chupe,
Al tequila, y a los toros, le han perdido el pudor.
El bolero es psiquiatra de la calle,
Gente como hormigas caminan sin mirar
A los ojos del que pide un detalle,
“Una limosnita”, para Dios a alabar.
El hambre no apaga la risa,
De los presuntuosos de espaldas cuidadas,
Los niños no juegan en las esquinas,
Se fueron de vacaciones las hadas.
Los jacarandás maquillan las colonias
De violetas y púrpuras las aceras,
El abuso alcanza la castimonia
De las flores que se abren en primavera.
Mi ciudad no tiene persianas,
Sólo guardias que cuidan los carros,
Epilepsia, polución bacteriana,
Y estrellas, luz de un cigarro.
Es extensa como un abrazo,
Y profunda como una herida,
Un ángel que nos recibe en su regazo,
Una cazadora bella y pervertida.
Mi ciudad es tu ciudad, y la de otros,
De Rivera, de Guevara, de inmigrantes
La posibilidad de seguir, para nosotros,
Los que en el propio terruño, sólo fuimos errantes.
Chuchi González

4 de octubre de 2010

Seguir sin ti

Desde que no estás más en mi vida, todo se ha tornado de profunda ausencia. Dicen que es natural, que así es la vida; pero ya sabes es lo que tienen que decir, son frases repetidas de “consuelo” que la gente guarda en sus agendas para cuando llegue el tiempo de consolar. Pero a mí nada me consuela. ¿Para qué?. Según la Real Academia Española “Consuelo” significa descanso y alivio de la pena, o descanso de la fatiga que oprime el ánimo. Y no busco nada de eso, por el contrario, día con día intento acercarme más al tronco del dolor, al ojo mismo del sufrimiento. He elegido que sea así. Remontarme en la tristeza como un barrilete herido, al que le falta una parte, la cola que agitaba alegremente cuando estaba completo, que a fuerza de luchar contra el viento sigue navegando en la nada, con esfuerzo, desfallecido sus colores, y sin embargo sigue. Pues he logrado comprender que sólo golpeando la cabeza en dónde más duele se puede internalizar lo que se ha perdido y que a su vez todo corre peligro, aún cuando todo brille de calma aparente. En estos tres meses de tu no existencia, yo me he metido en mi misma, y de vez en tanto salgo a la tierra, me rio un rato, comparto algo con amigos y me meto en la cueva, a madurar tu no regreso, nuestro fallido encuentro, nuestro nunca más.
He erigido como altar a tus recuerdos una plazoleta en el medio de una calle que tiene una fuente simple, de la que emerge agua a borbotones, fresca, fuerte, relajante; mi corazón ha querido transformarte en algo que fluye, que no se estanca. Yo sé que nada de lo que diga, llore, grite, piense, o rece te alcanza. Sé que sólo vives en mí. Que yo soy la que una y otra vez, recurrente va y viene hacia vos. Me pregunto ¿por qué algunas personas mueren antes que otras? Mamá me dijo algo al respecto, de un autor con una orientación biológica “vivimos mientras exista coherencia entre nuestro cuerpo físico y el medio ambiente,” no lo entendía, pues siempre se nos han inculcado tanto valor a la vida, que creo que creemos que “debe vivir quién es buena persona, luchona, digna, que no hace daño adrede, que no estafa” ¿Entiendes? perdón ¿Me entiendo?, y esa respuesta de mamá es tan simplista, tan a-moral.
Es como poder captar la neutralidad de los hechos, los datos de los juicios hacen el resto de nuestros circos mentales. Una vez dije, cuando uno comienza a adentrarse en la simplicidad de las cosas, la vida emerge sin maquillaje, sin romanticismo, con menos brillo; pero no por ello menos vida.
Hoy comprendo nuestra inocencia, ingenuidad y sobre todo “la energía de resistencia” que elaboramos para no soltar “lo que ya no tenemos” ¿Es increíble, verdad? ¿Cómo podemos vivir aferrados a lo que no tenemos? ¿Cómo podemos seguir apegados a lo que no existe? ¿Cómo pretendemos no perder lo que ya se perdió?
Dicen que los seres humanos somos complejos. Lo dicen los mismos seres humanos. Pero eso es resultado de la educación que hemos recibido a través de los siglos. ¿A quién se le habrá ocurrido cultivar en nosotros tantos enredos mentales?
Resistir a perder lo que ya perdimos, lo escribo y me resulta gracioso.
Todavía siento el con-tacto de mi mano izquierda sobre tu antebrazo hace dos años atrás en la mesa del comedor. Y te veo guiñándome el ojo con picardía. Tu cara despidiéndome en la terminal de ómnibus de Rosario cuando iba a Buenos Aires. Y la última vez que nos despedimos en el aeropuerto.
Siento un enorme vacío. He tocado fondo. No sé si voy a emerger o si me voy a quedar acá para siempre. Soy como una biblioteca a la que le han quitado una estantería y ha quedado medio chueca.
…Yo soy tu sangre, mi viejo…viejo mi querido viejo te extraño!
                                                  La Negra

21 de septiembre de 2010

¡La vida es: INJUSTA!

La vida es injusta me dijo mi madre hoy por radio Nextel, comunicación México –Argentina; yo lo había pensado ayer a las 12:00 del día cuando leí un mail que me notificaba que una ex-alumna mía había fallecido en un accidente el día anterior; ya lo había gritado tres años atrás cuando el cáncer se instaló en la médula de mi padre; y lo volví a recalcar cuando murió tras tantos intentos fallidos por sobrevivir. Otras veces ante una traición, una conducta deshonesta, una mentira, una mexicaneada ( versión local de la argentineada) lo abría repetido entre dientes, manducando el enojo y la decepción. Y pese a todos estos y miles más que ya ni quiero recordar, la vida seguía y sigue siendo INJUSTA.
Pero ¿En qué sentido? ¿En qué sentido nenaaa? repetiría mi madre, como queriendo abrirme los ojos, – OJOS que yo a veces insisto en llevar cerrados o tal vez abiertos a un mundo propio, íntimo, personal. ¿En qué sentido es injusta? ¿En todos? ¿En algunos? ¿Injusto? ¿Tu vida? ¿La mía? ¿La de los otros?
Injusta, un hermoso deprimente juicio (interpretación) que utilizamos para explicar lo que sucede a pesar de nosotros, en contra de nuestras creencias, a malas de nuestra voluntad.
La vida es injusta es una frase que usualmente exclamamos para consignar de alguna forma que lo que queremos no podrá ser; un juicio, un veredicto compartido por muchos frente a las cosas que se suceden sin nuestro “permiso”. También puede ser una explicación ante lo “ilógico”, lo “irremediable” o “lo que no podemos manejar: (la actitud de los demás).
Pero siempre, aunque lo digamos con pasión y convicción, no deja de ser un JUICIO; una opinión, una creencia,  un modo de observar la vida conectado con la experiencia del pasado, para anticiparnos al futuro, y no esperar “peras del olmo.”
Y aunque lo vivamos como un HECHO, una AFIRMACIÓN, una VERDAD irrefutable, no deja de ser sólo una apariencia, pues lo injusto vive en nuestro corazón, en la idea de justicia o falta de ella; en nuestro ojo frente al conflicto, la pérdida, el arrebato.
A veces creo que nos deberíamos preguntar ¿Para qué nos sirve exclamar la vida es injusta? ¿Para conformarnos con lo que no nos agrada? ¿Para dejar de apostar por los sueños? ¿Para justificar conductas? ¿Es verdaderamente importante el sentido de  justicia de la vida en nuestras minúsculas vidas? o ¿Será mejor mirar cual es el sentido que nosotros le otorgamos a la justicia y desde ahí actuar en consecuencia?
Lo inexplicable de la vida, lo incierto, lo desconocido, es simplemente eso. Lo injusto es la interpretación que nosotros hacemos de lo que nos pasa o nos hacen. La vida es breve y demasiado frágil para someterla a tantos juicios y riesgos. La responsabilidad de vivir al máximo es nuestra. Independientemente de todo los eventos.
Cómo diría viejo y conocido enemigo íntimo: La vida es injusta y ¿QUÉ?
                                                          Chuchi González

14 de septiembre de 2010

Dar nuestro 100%

Estaba leyendo una revista y me encontré o -me encontró tal vez- un pensamiento de Gandhi “La diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer, resolvería los problemas más grandes que hay en el mundo”. Me impactó la simpleza y a su vez la agudeza del pensamiento. Y comencé a reflexionar entonces sobre la postura de dar lo mejor de nosotros a cada momento. Dar lo que se ha transformado casi en un cliché, “dar el 100%”. ¿Cuántas veces lo oíste? ¿Cuántas más te lo han prometido? y ¿Cuántas otras tantas veces más te lo has dicho a ti mismo?
Seguramente que muchas, pues somos seres humanos. Y compartimos una virtud, “romper acuerdo” –pero esto será tema de otra entrada- ahora con lo que empecé, el 100%.
Gandhi, me hizo tanto ruido, que hice un escaneo de mi actuar. Y efectivamente de hace menos de una década para acá, yo he venido trabajando en cultivar el arte de dar lo mejor de mí en cada acto. Aunque es cierto también que cuando estalla en mí la revolución perfeccionista, creo que “nunca doy lo suficiente, que siempre podría haber hecho algo distinto” pero ya sé – yo que me conozco de memoria- que son meros mensajes publicitarios de mis patrocinadores “Juicios Maestros" –aquellas interpretaciones que he hecho a lo largo de mi vida, de como debería ser mi vida y cuando algo se escapa del camino- ¡ASHHHHHHH!- comienzan las tandas y las tundras emocionales.
Más cuando logro andar por mi pradera espiritual, cuando me hablo con mensajes amorosos, me río de mis defectos, y me carcajeó de mis defensas, en esos días, doy mi 100% y lo siento. Lo disfruto y me palmeo la espalda muy orgullosa de mí, como un padre lo haría con un hijo.
Pues dar el 100% es elegir darle al mundo lo mejor de uno mismo; y claro que no siempre “lo mejor de uno mismo” es lo que los demás creen que es lo mejor; pero saber que no nos guardamos nada, es placentero. Ahora me viene a la mente la canción de Fito Paez “Dar es dar” - “Dar es dar, no fijarme en ella ni en su manera de actuar”- que sabia composición, exacto; DAR es DAR no es estar “especulando” que pasará, entregarnos a la vida es eso, es no contar el vuelto, es aprender a vivir con libertad, con la posibilidad de ser independientemente de los otros.
Y entonces pienso que eso que decía Gandhi tiene un gran valor – al menos para mí- si pudiéramos despojarnos de los miedos, de las ganas, de la fiaca, de la condicionalidad, y dar nuestro mejor SER en cada acto seguramente la humanidad tendría menos problemas.
Imagínate que si cuando nos bañamos, todos los que profesamos el “cantautor de ducha” comprenderíamos con la mente/corazón que otros no pueden disfrutar del agua caliente correr sobre sus cuerpos, porque donde viven es un bien escaso. Entonces en lugar de diez temas, canto dos, y mis colegas también; y estoy dando lo mejor de mí; pero si pensamos que aunque tomemos conciencia con nuestro accionar no solucionamos nada… Entonces nunca vamos a hacer nada porque “somos sólo una gota en el océano” ¿Será que necesitamos semejante protagonismo para sacar a relucir lo mejor de cada quién?
Creo que no somos conscientes de que formamos parte del o los problemas mundiales. Aunque no hayamos iniciado una guerra; y ni acabado el aguar, ni vendamos drogas; todos esos escenarios macabros pertenecen a nuestro mundo. ¡Hello! Nuestro Mundo. Más sin embargo muchos vivimos como si fuera el “mundo de las noticias”, o de los que se jodieron porque nacieron en países sin agua, o extremadamente pobres. Si somos parte del problema, somos parte de la solución.
Pues si estamos implicados tenemos el poder de “transformar eso que sucede” y aquí peco de inocente para algunos, haciendo sándwiches o comprando unas donas a un niño no voy a erradicar el hambre del mundo, es verdad. Pero ¿Quién lo pretende? Mi acción bastará para que ese ser humano en ese momento se sienta satisfecho en cuerpo y en alma, que al menos por un instante pueda sentir que a alguien le importa. Pero no quiero irme tan lejos; en nuestra casa misma, con la familia, con los compañeros de trabajo, con nuestra salud, ¿Cuánto cambiaría todo, si diéramos el 100%? ¿Te imaginas? ¡Hazlo por favor!
Porque en lugar de levantarte mal humorado y no saludar a nadie, te levantarías mal humorado y frente a tus padres, pareja, mascota, amante, o vecinos “sonreirías y dirías un gran y afectuoso buen díaaaaaa” que en ese momento mismo ten por presente el mal humor no podría habitar en ti. Y si a pesar de estar desganado, te calzarías la ropa y a correr, o  sin importar las conversaciones internas de abandono “te atreverías a hacer la dieta”, ¿Entiendes? Porque dar lo mejor de nosotros es darnos en forma auténtica en lugar de privarnos de nosotros mismos y dar lo que nuestras emociones “nos permiten”.
Si estamos felices, contentos, somos solidarios, amorosos, valientes pero si estamos tristes o enojados somos fríos, calculadores, distantes. ¿Quién tiene los pantalones puestos en nuestra vida: las emociones o nuestro ser?
Dar el 100% el 100% de las veces, darnos sin limitaciones, sin guardarnos, sin máscaras, sin caretas. Es un gran trabajo, pero merece su esfuerzo, por los frutos serán gratificantes para todos.
                                                              Chuchi González  

11 de septiembre de 2010

Puntos de Vista

Dice el Talmud “ Que las cosas no son como son, sino como las miramos”, Maquiavelo alguna vez escribió “ Que lo ilícito del objeto está en el ojo que mira” y Nietzsche  en su psicología de la Moral expuso“Que no puede separar el observador de lo observado, vivimos en mundo interpretativos”. Aquella lengua popular que decía “todo es según el cristal con que se mira” es un breviario de todos estos pensamientos; de alguna forma, eruditos e ignorantes, lo sabemos. Todo depende de…¿De qué depende? de quienes somos en el momento de observar.
Hay tantos puntos como ojos miran; una misma escena son múltiples escenas para quienes observan, ¿Será por eso que a veces resulta tan difícil coincidir en lo que vemos? Acaso ¿No parece que hay momentos en que revives una situación y al tiempo de ocurrida ya detectas otras cosas que antes no?
La realidad es una manta de puntos cruz hilvanados por la interpretación de todos esos ojos que miran, ¿Qué miran? ¿Lo que hay? ¿Lo que quieren ver? ¿Lo que pueden ver?
y ¿Desde dónde miramos? Desde nuestras propias historias, del particular discurso que sostenemos, desde las creencias personales que edificamos a través de la experiencia, desde los recuerdos, desde la emociones, desde el dolor, el resentimiento y el amor.
Miramos desde el lugar en donde estamos parados en el preciso instante de “mirar”. Desde la colina de la soledad, o las ruinas de la decepción, de la montaña rusa del desamor o de un rincón íntimo y personal de tristeza. Desde la euforia impregnada en el alma, la primavera del todo es posible, la aventura del riesgo, o la serenidad de la postergación. Hay infinitos lugares desde dónde observar, pero suele ocurrir que a veces nos volvemos repetitivos y miramos todo lo que nos rodea desde lo mismos y típicos sitios; y entonces es cuando todo, sin importar qué, comparte los mismos colores y sabores. Y tal vez miramos desde ahí para defendernos o protegernos de un futuro similar al pasado, y queriendo borrar la cuenta, la volvemos a anotar en nuestro presente.
Si las cosas no son como son, sino como las “miramos”, ¿Cómo tendremos que actuar para interpretar el mundo que queremos ver? Si lo que vemos no nos agrada ¿Qué pasa con nosotros? ¿En que momento nos perdimos, nos volvimos grises para asustarnos de las imágenes que se devienen como imposibles? ¿Qué nos está faltando “ser” a los seres humanos para sentirnos más “personas” y vernos “comprometidos” con la emoción de los otros? Si los noticieros están cubiertos de miseria y sufrimiento ¿Qué no hemos mirado en el interior de nuestros corazones para aliviar las heridas de esos que padecen?
Miramos desde quienes somos, fuimos y seremos; desde nuestros “juicios”, y nunca nada es observado “fuera de nosotros mismos”; la objetividad no es posible en el mundo de las interpretaciones. Todo es absolutamente subjetivo, “De mi yo” te veo, y lo que veo es mi forma de verte, ni siquiera puedo acceder a como eres. Yo sé de ti y de mí , mi personal modo de observarte.
¿Puede ver alguien amor si nunca antes lo ha visto? Seguro verá “su etiqueta de amor”, lo que le dijeron que era amor, lo que entendió que era amor, lo que fantaseo que era amor. Entonces, esa mujer que ha sido maltratada y golpeada sistemáticamente, ¿Qué verá cuando un hombre le dice que es valiosa? ¿A qué valor podrá acceder? ¿Que entenderá por valor? ¿Qué registrará en esa sonrisa ajena?
La vida es como un barco navegando en el mar de los “puntos de vistas”; cada “punto” es un “punto cardinal”, una dirección a seguir; para algunos la brújula les dice que la vida es bella, para otros el viento del norte, que la vida es dura. Todo es relativo. Y lo relativo también puede acceder a la existencia.
¿Qué ves cuando ves?
Chuchi González

5 de septiembre de 2010

Yo soy Limitante

Es domingo, en el D.F., México; y también lo es en Argentina, Colombia, España, Italia, Guatemala. Hace frío. Parece que el otoño arribo a la ciudad con algunos día de anticipación. Tal vez vino de turista antes de comenzara trabajar.
Desde que me desperté estuve conectada a mi matrix, mi mundo interior, el de las reflexiones, palabras y pensamientos personales. Ese espacio que muy de vez en tanto me desconecto y miro desde arriba, sobrevolándolo y me digo: ¿Para qué piensas todas esas cosas?. Pero desde adentro las sigo pensando. Y las pienso de modo profesional, con pensamientos de traje y corbata; con suma responsabilidad y pasión por esos pensamientos.
Hoy mientras leía lo descubrí un concepto que ya había leído pero que seguramente no era importante para mí en ese entonces. Mi concepto debutante: El ser Limitante.
Hay que lindo fue encontrarlo! me regocije de emoción, y una sonrisa se dibujo en mis labios, sobre todo cuando me pude auto-declarar LIMITANTE.
Ojo, que dije LIMITANTE y no LIMITADA. Aunque a rigor de verdad también lo soy pero eso es harina para otra entrada. Hoy hablo de ser LIMITANTE. Que no es lo mismo que ser CORTADA, sino ser un ser capaz de poner límites. De establecer “un hasta aquí”, “un punto de partida y de inicio”, pues mi límite me identifican, me diferencian de ti, y operan como una puerta de entrada o de salida. Entro a mí o salgo a ti. ¿Entiendes?
Límites: ¡Qué hermosa palabra! (Ahora que yo los puedo establecer, no antes cuando mis padres me los marcaban). Límites: ¡Qué hermosa palabra! Es un como un tatuaje lineal de derechos que me pertenecen.
Limitante habla del ser que puede poner límites a los demás y así mismo.
Una especie de freno emocional, un basta, un suficiente. Un tomar conciencia de que tenemos un mundo privado y a ese mundo dejamos entrar a quienes queremos, cuando queremos y cómo queremos; sin que ello implique agresividad, violencia o mal agradecimiento.
Es escuchar la opinión de los demás y también reservarnos el derecho de no escucharla sino la solicitamos. Es hacernos cargo de quienes somos y no echarle la culpa a los traumas de la infancia por nuestros malos hábitos.
Es saber lo que queremos y lo que no queremos para nosotros; y dejar de andar como perro en cancha de bocha por la vida, sin rumbo, sin brújula, sin sentido.
Porque cuando aprende a poner – se-  un tope, un alto, u stop, aprende a “parar-mirar y elegir”; comprender que entre el hecho y el juicio automático existe un espacio de tiempo para reaccionar de forma creativa y puede hacer algo diferente.
Poder mirar a los demás y decir “este soy yo y mis límites” de algún modo habla desde el auto-respeto y el amor propio. Quién no puede o no sabe o cree no merecer “establecer límites”; se deja al arbitrio de los deseos ajenos y tarde o temprano se arrepentirá.
A veces por los “límites” en apariencia se pierden cosas. Hay personas ( yo conozco muchas) que cómo no saben hacerlo se diluyen en las personalidades ajenas y luego por temor “amenazan” para erguirse vertical; sin embargo con la violencia no se reivindican los límites por el contrario, se anuncia el terror que se tiene de ser un fantasma en medio de la nada.
Pero cuando uno sabe poner límites siempre gana. Gana espacios de libertad, de autenticidad. Espacios libres de ataduras, y rencores. Gana liviandad de espíritu y regocijo de saber que uno anda por la senda elegida.
                                                     Chuchi González

3 de septiembre de 2010

Dos meses sin PAPÁ

Mañana se cumple dos meses desde que papá murió. Uso la palabra “Murió” tan difundida últimamente en revistas, diarios, radios, comentarios, charlas de amigos. Tan indiferente cuando el que “murió” es un ser ajeno a nosotros y tan “dolorosa” cuando la muerte se hizo presente –con o sin aviso- en nuestro círculo más íntimo. Murió me suena descarnado pero más realista que “partir”. Partir se me presenta como “romántico, más cálido, y menos sufrido”; pero elijo “murió” porque estoy en la búsqueda de la aceptación y la elaboración del duelo. “Murió” me enfrenta a la realidad y me hace madurar la pérdida. Me hace crecer, ¿Y quién quiere crecer?; si pudiera me aferraría a las imágenes que tengo de él y lo abrazaría con todo mi cuerpo, con todas las fuerzas.                 
                                                      
Papá, yo sé que no partiste, a vos te echaron del juego, tiraste los dados y te tocó perder, hace unos casilleros atrás te tocó “cáncer se salta dos turnos y en la próxima queda fuera de la partida”. Porque yo sé que no te hubieras ido, ¡Qué te vas a ir Papá, si a vos vivir era lo que más te gustaba! Admiro tanto tu tenzón y voluntad, tus deseos de no rendirte.
Hay tanta distancia irreductible entre los dos; que yo no soy la de antes, ni volveré a hacerlo. Cada quién aprende, maneja, y sigue a su modo.
Yo sigo el mío sabiendo sin consuelo que al menos en mí tengo lo mejor de él.
                                                                  La negrita