
Si pensamos en “complacer”, la etimología propia de la palabra refiere a hacer algo “con – placer” hacer que otros se sientan bien.
Sin embargo, muchas veces ese “placer” se ausenta, y lo que hacemos es “con – temor”, es decir complacer con temor a perder o a dejar de ganar. Y la acumulación de esos hechos, termina mermando la esencial de “satisfacer con agrado” y se convierte en complicidad.

Piensa ¿Cuántas veces has sido cómplice del otro? ¿De ese trato que tanto te duele, del abuso de tu pareja, de las críticas de tus padres, de las quejas de tus amigos?
Si ya eres cómplice, toma conciencia que a través de tus elecciones y desde el eje de ellas – miedo- estas generando la experiencia de vida que te resiente, deprime, o genera ira. Tu complicidad radica en tu falta de capacidad para establecer límites, y estos a su vez en tu creencia de que no “mereces” ponerlos.

Si ya no quieres seguir así, descubre cuanto “temor” existe en tu ser servicial, empático, y solidario. Si el temor es lo suficiente como para crearte paneles mentales de conversaciones internas compulsivas y aterradoras, haz un alto: estás empezando a perder tus fronteras, por individualidad. Retrocede unos casilleros y vuelve a empezar.
Si hacer para ganar admiración, respeto, aprobación, amor. Alto. Estas siendo cómplice de tu falta de amor propio. Si a su vez, te complaces en seguir igual, en no cambiar porque crees que es difícil, inútil, o incluso imposible… ATENCIÓN!! si te escuchas más de una vez, estas siendo la cómplice de tu propia pauta mental que quiere mantenerte igual.

que gran verdad
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