3 de marzo de 2013

La cosecha de la vida
















El otro día escuché… no importan dónde… interesa el discurso… un señor decía que de niño había recibido unas semillas de mano de su padre y las había cultivado y puesto en ella todas las ilusiones… las esperaba ver crecer, fortalecer, y multiplicarse en jugosos frutos que al venderlos le honrarían en pesos con los que volvería a comprar otras y así su negocio seguiría… el niño espero y al tiempo…las semillas se echaron a perder como sus sueños…habiendo sido el primer sueño – al menos – de forma consciente perdido se enajeno de frustración, vendió unos juguetes  y compro otras semillas… con las manos cabo los pozos…. y espero… y esta vez frutos gozosos se expandieron de la tierra madre, brillantes, fresco…
Después de escuchar el relato …se me lleno el corazón de lágrimas, alguna de dichas, dos o tres de tristeza… me puse a pensar: ¿cuántas veces recibimos semillas y las sembramos con fe en territorios hostiles? Y al no nacer más que la nada, nos sentamos a llorar. A olvidarlo todo. A renunciar a cualquier futura siembra. A odiar a todas las semillas de la tierra. A buscar una y pisotearla con afán y encono. Sin darnos cuenta que las semillas no son las responsable de su aborto inmediato, sino la inocencia caótica con la que miramos la vida.
















Que dos o tres o muchas semillas se nos ahoguen en la tierra de nuestros sueños, no debería desampararnos para colgar el arado y darle la espalda al molino -  esa especie  de vuelta al mundo naranja y oxidada - que nos trae los vientos de cambio.
En mi huerto tengo “el olmo seco de Antonio Machado”, “la higuera áspera y fea de Juana de Ibarburu” y “el robledal cuya grandeza necesita el agua y no la implora de Almafuerte”.
Pero ¿ quién más que yo sé dónde puedo o quiero alojar las semillas? Y si acaso no crecieran ¿ no sería capaz de arrancarlo todo de cuajo para volver a empezar?
Mis manos tienes el don de la tierra, la posibilidad de crear a cada paso una nueva oportunidad, porque mi mente/corazón tiene una escala de grises íntimos y profundos, y nunca mira lo más terrible o lo más perfecto de la vida.
Yo andaré con mis semillas gesticulando mis manos como castañuelas de aire y nada, derrochando la vida porque estoy llena de vida, que es amor que se cuela entre las cortinas de cada mañana, murmurando silencios que es el encuentro conmigo misma, olvidando tormentas, recordando langostas… esos extraterrestres verdes de antenas desgarbadas que de vez en cuando nos arruinan la cosecha.
Y si ninguna semilla quiere florecer… si me hace huelga la naturaleza que cargo… si se hacen las coquetas y nacen para otro lado… o si acaso las plagas las seducen y se las tragan…
… aún quedando con nada… si huelo mis manos… y tienen el perfume pérfido de la humedad, del trabajo, del esfuerzo, del esmero, de la espera, de la lucha, de la convicción, de consciencia, de  la empatía, de pachamama…
…yo sabré enseguida…que a pesar de todo… he sembrado en mi vida.
                     Chuchi González

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