Mirando la nada absoluta de la página en blanco, empecé a viajar hacia el pasado; a un época en la que mi ser era fértil a las creencias que los otros me inculcaban; y yo creía como certeza, no cuestionaba y dejaba mis verdes profundos absortos ante tan bella verdad que supongo creí en el futuro utilizaría a mi favor.
En aquellos años dorados de inocencia y frescura, los adultos de ayer, que siguen siendo los adultos de hoy, me contaron una serie de cuentos fantásticos que a rigor de verdad de haber tenido hijos debería legárselos.
Ahora que lo pienso en este preciso instante, esa fue una de las historias que susurraron. "La Familia Feliz"- un buen esposo y un par de hijos- la realización de mi vida. Me dijeron también que debía hacer la vista gorda a algunas imprudencias de mi amable caballero ya que errar es humano. Que dedicara mi existencia al cuidado de los niños, aunque de grande me iba a arrepentir, porque los hijos con el tiempo se vuelven (nos volvemos) desagradecidos y salen del nido sin aviso previo a buscar donde echar raíces y se olvidan de los padres. Nunca entendí entonces la delicada entrega maternal, la infame actitud de los que pretendemos hacer nuestra vida y la importancia del marido como satélite natural de la familia.
Otras veces me anunciaron que para ser alguien en la vida no me alcanzaba con ser yo y mis circunstancias, que debía ser más que eso, que tenía que estudiar cualquier cosa y lograr un diploma porque así como los hechos dicen más que mil palabras; un cuadrito colgado con mi nombre dice más que cualquier talento. Nunca comprendí para que nos hacen test vocacionales, si cuando la pasión personal es el arte, te invitan a estudiar otra carrera en la que no te mueras de hambre. Con el tiempo descubrí que hubo algún abogado que prefirió manejar un taxi, y algún taxista que eligió ser abogado.
El amor verdadero es "incondicional" pero si vuelves a hacer eso, no te quiero más. Nunca olvidaré que nada es incondicional porque vivimos en un mundo en el que estamos condicionados permanentemente por todo y por todos. Y que el primer condicionamiento al que estamos sometidos es la domesticación cultural. La que hace que elijamos fingir la mayoría de las veces a decir algo que pueda dañar el corazón del otro y la reputación de uno.
Escarbando un poco más en la memoria, me encontré con la fábula del deber ser, uno tiene que lo que los demás digan, pues si nos compartamos de forma espontánea y auténtica algunos nos rechazaran. Primero aprendí, que ser espontáneo y auténtico no significa “hacer lo que se me dé la gana” sin importarme de mi prójimo. Luego vivencié que es mejor ser excluido por otros que por uno mismo.
La belleza es un símbolo de poder, siendo guapa “uno puede conseguir la felicidad”. Ha pasado el tiempo, y pese a que lo he sido, no he conseguido nada a través de ella. Lo físico es un instrumento para andar por la vida, cada quién elije como tener o mantener su carruaje; yo privilegio el mío; pero el combustible de lo que soy me lo da mi fuerza interna, mi capacidad de adaptarme a los ridículos avatares de la vida, la ingenuidad de conmoverme con pequeñeces, la grandeza de sentirme pequeña ante tanta incertidumbre existencial.
Tantas narraciones e historias heredadas, de simples palabras o hechos nos construyen en los seres humanos que somos. Forman parte invaluable de nuestro sistema de creencias, desde el cuál observamos todo lo que habitamos con nuestras interpretaciones.
Hay quienes siguen viviendo los dichos de mamá como irrefutables y algunos otros, hemos decidido “cuestionarlos”, no porque no sean buenos consejos, sino porque son inútiles, es decir no tienen utilidad en el universo personal y particular desarrollado.
Hace tiempo creía que “no arrepentirse de las cosas” era algo muy positivo. Hoy sin embargo, me desperté con la idea de que “arrepentirnos de algunas cosas” es replantearnos luego de la acción, cómo lo podríamos haber hecho distinto, una reflexión post-acción para no volver a dar ese paso en el futuro. Andar y desandar los propios caminos, lejos de hacernos ver como incongruentes, nos revela “inquietos”, y abiertos; con la libertad suficiente de poder elegir y luego decir sin pudor: me he equivocado.
Chuchi
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