22 de agosto de 2010

El dolor de Perder

Mi sobrino de 4 años hace unos meses estaba jugando con un jueguito electrónico y cada vez que pasaba al segundo nivel, se regresaba al primero. Mi mamá asombrada le preguntó por qué no avanzaba, y él le contesto muy honesto: "Porque no quiero perder".
A partir de su respuesta me quede pensando en el perder y en la pérdidas; en que tal vez muchos de nosotros hacemos lo mismo, nos quedamos en el nivel que conocemos de memoria, para no afrontar el riesgo de lo desconocido, el eventual dolor de un fracaso, las heridas que todo cambio incluye en su combo, y nos conformamos con más de lo mismo para evitar hacer otra cosa diferente. Aun cuando estemos hartos de la rutina, cansados de repetir las mismas acciones, agobiados de los idénticos personajes; seguimos jugando el juego conocido para no afrontar el dolor de perder.
Sin embargo, y es casi paradójico, no arriesgar de alguna manera también significa "perder", permanecer en el mismo estado y no evolucionar, significa "perder," porque aunque frente a nuestros ojos no lo veamos, se está sucediendo una serie de mundos que se nos escapan de mano de las oportunidades.
Dicen que hay que estar atento porque las oportunidades cuando llegan suelen golpear a nuestra puerta muy tímidamente; algunos dicen que son tímidas pero otros dicen que lo hacen a propósito, para verificar si estamos despiertos o seguimos inconscientes creyendo que nada cambia si nosotros no hacemos nada distinto.
Y aunque todo en nuestro mundo se quede estático, igual todo cambia. El cambio nos sobrepasa, nos arrasa sin pedir permiso, ni preguntar cómo estamos o que sentimos. La realidad a la que accedemos desde nuestra particular mirada está en permanente cambio, y por ende, nosotros también.
El dolor a perder supongo nace con el sentimiento de apego, herencia cultural de nuestra sociedad occidental. Desde la teta de mamá hasta los amigos del barrio, todo forma parte de nuestro mapa mental, y si faltase algo ya no sería nuestro mapa mental sería algo parecido al nuestro.
Ninguna decoración puede ser relegada, o ignorada, todo lo que tenemos, es tan nuestro que sin eso no seríamos nosotros.
Pero mientras nos dormimos creyendo que todo está en orden, todo está en cambio.
Y día con día estamos expuestos a la pérdida y tal vez porque no somos consciente de ello, ese dolor pasa desapercibido.
Un día que pasa es un día menos de vida, un acercamiento a la muerte. La vista se empieza a perder gradualmente desde los 18 años. Perdemos cabello en la ducha, en el peine, en la cama. En la noche las células se regeneran. Los líquidos se despiden con la orina y el sudor. Los amigos se casan, se mudan, o desaparecen. Esa blusa o pantalón que tanto nos gustaba con el uso, perdió el color. Las parejas después de un tiempo pierden la pasión. Los padres con los hijos pierden la paciencia. Frente a una noticia que no se acomoda a nuestras expectativas perdemos la alegría, las ilusiones, o las esperanzas. Perdemos apuestas, libros prestados que nunca nos devuelven. Calcetines, ropa interior, y hasta la memoria.
Los sueños dorados, los ataques de histeria, el miedo a los exámenes. El amor de quién sería el amor de nuestra vida. La amistad de la infancia. Los recuerdos. Las fotos. Las ganas. Los juegos. Los trabajos. Los seres queridos.
Y tal vez en nuestra inocencia rosa sólo advertimos aquellas pérdidas que caen sobre nuestras interpretaciones como granadas detonadas; como meteoritos que parten nuestro presente en dos.
Cuando Joaquín dijo aquello, recordé todas las pérdidas que en sus cortos años ya había tenido. Y por ser una experiencia dolorosa, traumática, de una insoslayable frustración; tal vez evitamos aunque sea las mínimas, las que podemos manejar, después de todo ¿Para qué seguir perdiendo?
Lo que no es, aunque se haya transformado en algo mejor; implica "pérdida", despojo, vacío, inquietud, incertidumbre, incomodidad. Pues acostumbrados a lo que era, conocíamos los precios que pagaríamos, los riesgos, y "todo estaba bajo control". Frente a lo "que ahora es" todo puede pasar, no tenemos una experiencia de "cómo será" y esa sensación de enfrentarnos a lo desconocido, tensa.
Es que el cuento de hadas de la eternidad nos lo han contado desde niños y en repetidas ocasiones. Lo hemos contado a nuestras parejas, familiares, amigos y mascotas. Todo lo que queremos para nuestra vida, es bendecido por la eternidad. Nunca faltará nada de esto que quiero para mí. Y cuando falta, porque a veces me doy cuenta, que la "muerte" es algo más que un sustantivo. Para eso falta mucho tiempo.
Vivimos muriendo pero creemos que la muerte es "para los otros". Vivimos muriendo pero creemos que nada a nuestro alrededor cambia. Vivimos muriendo pero creemos que siempre habrá tiempo para hacer o decir lo que hoy decidimos callar.
Y vivimos creyendo que no seremos lo suficientemente valientes o fuertes para afrontar ese momento crucial; y por eso sostenemos empleos, relaciones, hábitos; insostenibles porque si se termina esta función; ¿Qué haremos? ¿Cómo sobreviviremos a lo nuevo? ¿Cómo viviré sin el amor de mi vida? ¿Cómo podré vivir fuera de mi país? ¿De mi familia? ¿Sola? ¿Cómo?
Y hasta a veces somos tan necios, que requerimos de la muerta de alguien para advertir que la vida es demasiado seria para tomarla a la ligera. Cuando un ser querido parte, pese a la desazón de su no existencia, de las memorias que guardamos, no hay más nada que hacer que ACEPTAR si queremos seguir con nuestra vida. Pues negar que ya no está entre nosotros, sólo nos enfermará, y desviará del camino. Confrontar día con día que alguien no está es ACEPTAR que todo se ha transformado, y en la internalización de ese suceso, está la madurez.
Más sin embargo, me pregunto, ¿Por qué entonces nos aferramos a lo que nos daña pensando que no podremos sobrevivir a ella? ¿Para qué seguir un matrimonio o un noviazgo cuando sentimos que no funciona, que el amor trasmuto a costumbre, que todo lo que nos une son hechos del pasado? Decimos cosas como: "No podré vivir sin él o sin ella, muero por escuchar su voz o verlo/a, sin él/ella nada tiene sentido". Creo que muchas veces nuestro auto-engaño nos hace ver "nefastos" pero lo peor de todo es que nos condiciona a seguir en la mediocridad.
Las pérdidas son excesivamente dolorosas de acuerdo a la interpretación que tengamos de las pérdidas, del apego y del desapego. Si estamos inmersos en el APEGO lo serán, pero no por ello van a desaparecer. Por el contrario sus sombras serán agigantadas.
La única esperanza que nos regala la relatividad de la vida es el don de disfrutar todo ahora mismo.
                                                                                                                                        Chuchi

3 comentarios:

  1. Chuchi, como siempre un placer leerte. Es muy cierto esto que decías de la cultura nuestra con respecto al apego. No somos concientes que todo pero todo lo que nos rodea tiene fecha de vencimiento: las relaciones, las amistades...hasta la propia vida. Vivimos pensando como si fueramos eternos, cuando la verdadera eternidad transcurre cuendo ya no estamos en este mundo...
    Me encanta tu espacio! Besos desde la Patagonia!

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  2. Mil Gracias Naty, así es, todo lo que nos constituye es pasajero, absolutamente todo; y por creer lo contrario, creo que muchas veces nos damos gusto de postergar.!! Besos@Natalia...

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  3. Wow!!!! me encanto!!!!!! todavía lo tengo dando giros en mi cabeza, que razón tienes cuando me mencionas que tengo problemas con el apego!!! Pero hoy veo que no es el cambio, ni el miedo a lo desconocido lo que me llevaba a ello, sino el dolor de perder!!!
    Que buen articulo! Gracias por enriquecernos con ellos!!! Saludos Claudia

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