31 de marzo de 2010

Auto-exigencia: ¿Casi ángeles?

¿Qué escondemos bajo las máscaras de la auto-exigencia? ¿Qué pretendemos alcanzar? ¿Qué precios emocionales buscamos no pagar a través de la perfección?

Si analizamos la palabra, auto-exigencia implica “exigirse a uno mismo”, esta lectura inocente nos haría creer que ser “auto exigente” es un rasgo positivo de nuestra estructura de personalidad, sin embargo habla mucho de nuestros miedos.

Quienes constantemente buscan la perfección en sí mismos o en sus resultados, están parados en un contexto de escasez emocional, “siempre se enfoca la mirada en lo que falta”, no importa cuánto se tenga, siempre falta algo. Los perfeccionistas al ir tras una fantasía, nunca logran alcanzar un nivel de plenitud o satisfacción, se sienten frustrados, su autoestima disminuye, y la acusación interna se torna insoportable.

Frente a esas circunstancias, las personas empiezan a evitar tomar nuevos riesgos, se vuelven conformistas, y la conversación interna que comienza a apoderarse de ellos es restrictiva, y generan una zona de confort en la que sus estados de ánimos recurrentes son la resignación y el resentimiento.

El observador del Ser perfeccionista, busca a través de su máximo esfuerzo ocultar creencias que hablan acerca de sus debilidades, defectos y fracasos. Su imagen idealizada está construida en base de requerimientos “imposibles” de lograr, a veces propios y otras veces impuestos por mandatos sociales o familiares.

La perfección más que un sueño es una pesadilla que nunca termina, y que si no tomamos conciencia de ello, difícilmente se puede abrir los ojos.

Las expectativas propias y ajenas son la materia prima del perfeccionista, trabajan para lograrlas, para no decepcionar ni decepcionarse, lo que involucra la idea del miedo al rechazo o a la falta de aprobación.

Una persona que padece de este síndrome, lejos de tener una autoestima saludable, es una persona insegura, que ha entregado su poder personal al exterior, que no acepta reconocimiento, que se incomoda si comete un error, no tiene confianza en sí mismo ni en los demás, no sabe delegar tareas, y vive en permanente estado de resistencia.

Cuando la vida ofrece un panorama distinto al esperado, se ahoga en la queja, y se paraliza, y en la mayoría de las veces prefiere huir que volver a empezar.

Este estereotipo aún cree que “pedir apoyo” es una muestra de vulnerabilidad, y que debe por “fuerza” hacer las cosas bien y solo desde la primera vez.

Tan exigencia, es sinónimo de altas defensas y de estrés.

Desarticulando el paradigma perfeccionista

Lo primero que debemos aceptar es que somos humanos, como dice el refrán “errar es humano”, no pretendemos andar por la vida dando tumbos, pero si eso sucede, debemos entrenarnos a observar el escenario y rescatar la lección que nos aporta. Los errores son la fuente de nuestra sabiduría.

Por otra parte, es fundamental internalizar que si bien es cierto que todos buscamos aprobación y aceptación, una cosa es “desearla y gozarla” y otra muy distinta es “necesitarla”, es decir creer que sin ella no podemos vivir. La aceptación personal es la única que nos hace falta para dar sentido a nuestra existencia.

Por último será muy importante re diseñar las creencias que tenemos acerca de nosotros mismos y las expectativas que nos han heredado y nos hemos puestos, elegir ser responsables de nuestra historia y por ende de las elecciones que tomamos todos los días.
                                                                                                                   Chuchi Gonzalez

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