28 de febrero de 2010

La urgencia de ser Feliz

He observado que en los últimos tiempos un incremento en los seres humanos hacia la búsqueda de la felicidad como meta a alcanzar. Sin importar el sexo, la nacionalidad, la religión, la edad o el status social, el mundo persigue la misma presa y si bien es cierto, que “ser feliz” es una de las condiciones emocionales que todos hemos perseguido desde siempre como fin o como sueño (a veces inalcanzable) como la mariposa que se posa en nuestro hombro cuando menos la esperamos; no es menos cierto que en la actualidad este valor ha sido objeto de mayor deseo, ansiedad, y urgencia. La pregunta es inevitable: ¿Por qué se da este fenómeno? Sobre seguro por la insatisfacción en la que se vive, el estrés, la vorágine diaria, la contaminación visual, auditiva y emocional, las enfermedades, la violencia, los miedos, la incapacidad de amar, la falta de riesgo, la carencia afectiva, la escasez espiritual, entre otro virus; y frente a ellos la “doncella felicidad” es una fórmula mágica que se vende en los kioscos de revistas, librerías, perfumerías, y otros medios de comunicación, como una posibilidad de hacer borrón y cuenta nueva; olvidar lo que no nos gusta de nuestras vidas o de nosotros mismos y sonreír para siempre. La felicidad así definida es la absurda pretensión de estar contento y sin problemas los 365 días del año, las 24hs del día. O también, la ilusión de control absoluto de poseer todo lo que apetecemos. Algunos compran estas historias, y disfrutan del efecto pasajero de la felicidad, para concluir con la certeza de que “la felicidad absoluta no existe, que sólo son momentos” y esa futilidad los seduce a pensar que “luego de las tormentas siempre sale el sol”. Otros desilusionados, abogan por predicar la “inexistencia de tal mentada felicidad” y se resignan a seguir viviendo “como se pueda”. Parafraseando a uno de los grandes exponentes de la Ontología del Leguaje, Rafael Echeverría: “el hombre habita en el lenguaje y desde el lenguaje crea su mundo”; por lo tanto si desde nuestros mundos interpretativos asimilamos a la felicidad como un bienestar absoluto y permanente al que pretendemos llegar condicionándolo a factores externos, estamos creando “la infelicidad para nuestras vidas” o “la no felicidad” o “cualquier otro estado inverso al deseado”. Desde este punto de vista la felicidad nunca sería alcanzable, su existencia se reduce a un estado abstracto.


Recordemos que el verbo CREAR y CREER conjugado en la primera persona del singular, se conjuga de la misma manera: YO CREO, es decir, “que creamos para nuestra vida lo que creemos”. Se dice que el gran sufrimiento humano no depende de los acontecimientos que marcan sus vidas, sino de la forma de procesar (interpretar) esos hechos.

Si seguimos la línea de pensamiento de Echeverría, tal vez muchos de los que pretenden ser felices, ya lo son si transforman su forma de observar la felicidad.

¿Qué sucedería con esos que esperan a casarse, tener dinero, estar en pareja, vivir en una casa grande, ser aprobados por todo el mundo si hoy eligieran entender a la felicidad como “un estado interior de plenitud y aceptación?

Desde este ángulo, la felicidad podría relacionarse con el equilibrio interno, con la paz del espíritu, con una sensación interna de serenidad, goce y amor que fluye por mí ser, desembocando en una conducta de gratitud hacia la vida en general.

Así, la felicidad tendría una chanche de ser un estado permanente, íntimo y personal.

Si todo depende del cristal con el que miramos, la felicidad podría estar al alcance de todos. Redefinirla sería la oportunidad “SER FELIZ”, y de elegir cada día seguir “siendo” feliz pese a los avatares, los cambios de humor, y el calentamiento global.

La felicidad podría ser nuestro para qué en la vida, nuestro propósito, nuestra brújula para saber si estamos en el lugar correcto, y cuando digo correcto, me refiero al lugar que de corazón queremos estar, sea un sitio específico, una relación, o un empleo.

Será nuestra guía recóndita que nos acercará paso a paso a ser quienes de verdad somos debajo de todas las máscaras sociales que usamos a diario.


                                                                                                                          Chuchi Gonzalez


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